“–Me voy a presentar contigo, Juan de Dios, para que sepas con quién estás hablando y de qué se trata este asunto. De la misma forma espero que le pongas el peso necesario a este llamado, ya que de alguna otra manera, te comentaba, mis elementos se encuentran afuera de tu empresa y de alguna otra manera venimos haciendo este llamado a través de la vía pacífica, ¿verdad?

—Sí.

—Bueno, primero que nada te comento: estás hablando con tu servidor y amigo, el comandante Ramón Rojas Zárate a tus órdenes. Todo mundo me conoce aquí en Tapachula, en Comitán de Domínguez, en Chiapa de Corzo, en San Cristóbal. Me conocen como el comandante Z-24 del brazo armado del Cártel de los Zetas. Me imagino que has escuchado hablar perfectamente de nosotros, ¿verdad?

—Así es.

—Qué bueno. Yo te pregunto, señor García, cómo te gustaría estar en este momento con el Cártel de los Zetas, como amigos o como enemigos (…) Aquí nosotros a lo que venimos contigo es a llegar un arreglo por la vía pacífica si es que te interesa el bienestar, la paz y la tranquilidad de tu gente.

—Mira hermano, yo no tengo el gusto de conocerte, la verdad es cosa de ustedes lo que hagan a dejen de hacer. Yo no sé si tengas gente en mi oficina o no…

—A ver, yo te voy a comentar una cosa, tengo tres de mis camionetas afuera de tu domicilio. Nosotros venimos por un apoyo económico de tu parte a cambio de respetarte la paz y la tranquilidad de tu familia…”.

Con esta llamada comenzó, hace tres años, la pesadilla del periodista Juan de Dios García Davish, director de la agencia Quadratin Chiapas.

Las llamadas desaparecían durante algunos meses y regresaban de nuevo, a pesar de las denuncias interpuestas por el periodista.

Quien ha recibido una llamada de este tipo comprende el clima de inquietud y zozobra que las acompaña. Algunas veces, García Davish recibía dos o tres llamadas cada día.

En todos los casos, quien llamaba conocía su domicilio, el nombre de sus familiares y sus colaboradores, la dirección en donde está ubicada su empresa.

García Davish es un periodista activo desde hace más de treinta años; una de las figuras más conocidas del periodismo en Chiapas.

Recientemente denunció la explotación masiva de niños jornaleros indígenas en plantaciones chiapanecas de café. Una denuncia suya llevó a la cárcel a siete policías municipales, acusados de explotación de menores centroamericanos. Algunos de ellos se hallan ahora en libertad, los cabecillas nunca fueron aprehendidos.

También ha visto morir, asesinados, a compañeros que previamente fueron amenazados: Mario Gómez, en 2018, y Fredy López en 2021.

Las llamadas de amenaza regresaron el 13 de mayo pasado. Un hombre que se identificó como Arturo Valencia Díaz amenazó de muerte al periodista.

“Logró meterme en un estado de pánico. Fue una llamada muy impactante porque no solo me amenazó de muerte a mí, sino también a mi familia, a mi esposa, a mis hijos…”, relata García Davish.

Denunció, desde luego, ante la fiscalía estatal. Le ofrecieron protección, investigar, emitir medidas cautelares:

“Las medidas cautelares fueron que la policía pasó en una patrulla el primer día, que la agente del ministerio público que recibió la denuncia fue a verme con unos policías estatales para que le firmara un papel, y que la Guardia Nacional me prometió hacer patrullajes y rondines que nunca realizó…”.

Mientras tanto, las llamadas seguían llegando, dos, tres, cuatro veces al día: “Se quedan escuchando del otro lado de la línea, durante diez o quince segundos y después colgaban”.

Organismos como Reporteros Sin Fronteras se han acercado al comunicador para brindarle apoyo. García Davish, sin embargo, ha terminado por sentirse “en una total indefensión”: en la fiscalía estatal no hubo avance alguno. El gobierno federal no ha tenido ningún acercamiento: ni siquiera le han tomado una declaración.

“Ellos no están haciendo nada y yo no quiero hacerle al héroe, y tampoco quiero ser un número en los programas de protección a periodistas, solo para que alguien más justifique los recursos que se gasta”, explica. Y agrega:

“En el caso de Fredy López no pasó nada; en el caso de Mario Gómez, tampoco. ¿Y yo qué voy a hacer? ¿Sentarme a esperar a ver si vienen o no vienen por mí y por mi gente?”.

El periodista y su esposa, María de Jesús Peters, corresponsal de EL UNIVERSAL, quien también cubre fenómenos migratorios, tomaron una decisión trágica: irse de México “porque las autoridades nos han dejado solos y ninguna garantiza nuestra seguridad”.

En un clima creciente de impunidad, treinta años de carrera y toda una vida quedan atrás.

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