Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador volvía a celebrar otra vez, una vez más, el triunfo electoral que lo llevó al poder en 2018, lejos del abarrotado Zócalo capitalino, México siguió pagando su cuota de sangre.

Al día siguiente del festejo masivo en el Zócalo, al que rellenaron con camiones de acarreados, según se documentó ampliamente, y en un lugar donde sencillamente la vida se ha vuelto imposible a consecuencia de la violencia, el cobro de piso a todas las actividades productivas, el secuestro, la extorsión, el desplazamiento forzado de pueblos enteros y la desaparición sistemática de personas, el obispo Cristóbal Ascencio, desde la diócesis de Apatzingán, en Michoacán, enviaba un mensaje al presidente López Obrador:

“En vez de haber celebrado festivamente allá en el Zócalo, ¿por qué no celebrar un día de duelo nacional? No solo por los fieles de mi diócesis que han perdido la vida: ¡por tantos hermanos de México!; celebrar un día de duelo, y reconocer que en nuestro país hay más violencia que hace cinco años”, expresó.

Agregó el obispo Ascencio:

“Curiosamente, ayer nuestro primer mandatario celebraba el quinto aniversario de haber llegado al poder. Y él nos prometió que el principal objetivo era poner la paz en nuestro país…”.

Acababan de matar al líder fundador de las autodefensas de Michoacán, Hipólito Mora, así como a tres de sus escoltas.

Mora había ido a visitar sus parcelas de limón. Una veintena de sicarios lo estaban esperando.

Su hermano Guadalupe le llamó para advertirle que tres camionetas repletas de sicarios habían llegado a La Ruana.

Cuando Mora volvía a su domicilio, le dispararon cerca de mil tiros y le lanzaron granadas de fragmentación. Mora, según testigos, bajó de la camioneta con el cuerpo envuelto en llamas.

El ataque a su camioneta blindada duró cerca de 30 minutos. El lugar quedó sembrado de casquillos: cientos de casquillos de 7.62, AK-47, .223, G-3 y Barret calibre .50. Los calibres propios del crimen organizado.

Hipólito Mora había denunciado la intrusión de los cárteles en las elecciones que en 2021 llevaron a la gubernatura de Michoacán al morenista Alfredo Ramírez Bedolla. Había denunciado que el crimen organizado actuaba como jefe absoluto en el estado de Michoacán.

Nadie fue a su velorio.

El miedo a los Viagras, y a sus aliados de los temibles Cárteles Unidos, hizo que la gente que lo había conocido, y querido, prefiriera encerrarse en sus casas mientras transcurría el velorio.

Ese día cerraba en México el mes que quedará, hasta esta altura del año, como el más violento de 2023.

Según las cifras del mismo gobierno que celebraba su triunfo en el Zócalo, en Guanajuato hubo 300 asesinatos. En el Estado de México la violencia dejó 201 muertos. En Baja California, 160. En Jalisco, 156. En Michoacán, 136.

Quedaron así las cifras de víctimas de la violencia homicida en otros nueve estados del país:

Chihuahua, 135; Nuevo León, 112; Sonora, 106; Guerrero, 102; Zacatecas, 81; Morelos, 76; Veracruz, 75; Ciudad de México, 72 y Tamaulipas, 56.

Un promedio de 76.7 homicidios por día.

Aunque el domingo 11 de junio, la cifra alcanzó 105 casos: los mismos que tuvo Nuevo León en todo el mes, y más de los que registraron en ese periodo algunas de las entidades más violentas: Sonora, Guerrero, Zacatecas, Morelos, Veracruz, la Ciudad de México y Tamaulipas.

Un total de 14 entidades, prácticamente la mitad de la República, se vieron arrasadas por la violencia.

En Michoacán, la pugna entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y los Cárteles Unidos se les salió de las manos a las autoridades. Hay pueblos vacíos y arrasados por las llamas. En Acapulco, Taxco y Chilpancingo, en el estado de Guerrero, el crimen organizado pone el precio de los productos de la canasta básica y cobra cuota a cada negocio.

En Chiapas, Veracruz, Baja California, Sonora, Tamaulipas, Jalisco y Chihuahua, el avance de los cárteles abarca 80 por ciento, o más, del territorio.

Los muertos y desaparecidos de este sexenio bastarían para llenar el Zócalo en el que el presidente López Obrador celebró los cinco años de su triunfo.

No pudieron ir, porque ya no están. Aunque no se quiera ver, esa ausencia y ese vacío serán la herencia amarga del sexenio.

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