Secuestrado como me hallo por un Covid oportunista, incapaz de redactar, con la venia de EL UNIVERSAL opto por recordar un escrito de 2011 en el que me referí a la primera vez en que López Obrador sentenció que la “verdadera ideología de la clase política es la hipocresía”, un apotegma que le adjudica a Carlos Monsiváis pero que él adaptó sólo a “los conservadores”, declarándose exento de “clase política” junto con su MoReNa.

Es interesante, pues supone que la hipocresía es un logro de las ideas, no una carencia de moralidad; que está hecha de convicciones, no de intereses. Para El Supremo, la hipocresía es sinónimo de simulación, lo más opuesto moralmente a él, un hombre que no es avaro a la hora de adjudicarse todas las virtudes y cuya rectitud y sinceridad le parecen tan contumaces que le permiten enunciar una ideología anti-hipócrita, una moralidad ideal que norme al Estado que preside, una moralidad social ideal, exenta de toda inmoralidad, que sea un reflejo de su propia alma.

Difícil cosa, sobre todo en México, cuyo ingrediente hipócrita y simulador tiene honda raíz y acendrado arraigo. El pensamiento posterior a la revolución ya analizó el escamoteo utilitario de la verdad a que es proclive el mexicano, así como la tendencia a institucionalizar la simulación: es la decepción (en el sentido de engaño) de que habló Jorge Cuesta; el fingimiento que analizó Samuel Ramos; la gesticulación que ilustró Rodolfo Usigli o el enmascaramiento que discutió Octavio Paz.

En 1938, Usigli puso en boca de César Rubio, el protagonista de El Gesticulador, esta sentencia tajante: “Donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes, ladrones disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres.” Un arrebato de sinceridad que no le impidió a ese profesor de historia simular ser un general revolucionario y acabar como candidato a la Presidencia...

En 1943, en “La mentira de México”, Paz no fue menos severo y escribió que “La mentira inunda la vida mexicana. Ficción en nuestra política electoral; engaño en nuestra economía, que sólo produce billetes de banco; mentira en los sistemas educativos; farsa en el movimiento obrero (que todavía no ha logrado vivir sin la ayuda del Estado); mentira otra vez en la política agraria; mentira en las relaciones amorosas; mentira en el pensamiento y en el arte; mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada, ni siquiera en el arte, se enfrenta a la verdad.”

En fin que la hipocresía y la simulación son un problema moral demasiado viejo y vago para hacerlo exclusivo de un grupo, de una época y, desde luego, de una nacionalidad.

No, la hipocresía no puede ser una ideología. Sí lo es la tartufada de proponerse la erradicación de la hipocresía (o de cualquier otro defecto moral) desde el poder político. No menos tartufa es la idea de ordenar desde ese mismo poder que sea el amor lo que guíe a los ciudadanos. La convicción de que se puede crear un “hombre nuevo” y bueno, libre de todo defecto por órdenes superiores, y de que aun la ética individual le compete al Estado, ha figurado en algunas ideologías y hasta en ciertos sistemas de gobierno.

Los resultados, sobra decirlo, no mueven al entusiasmo.

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