Sale al campo del BBVA con todos los asistentes, se hace notar y protagoniza el previo del partido. Habla por teléfono, hasta se da tiempo de reclamarle a un periodista; manotea, porque le molestó que Luis Castillo —en su columna en el diario Récord— haya publicado lo que gana un árbitro.

Luis Enrique Santander

es la muestra más palpable de la crisis del arbitraje mexicano. Más preocupado por ser el centro de atención. Las decisiones tomadas son correctas, pero hay una en especial que muestra la cobardía para estar en medio de una final como el juez principal.

El gol de Stefan Medina es legal, pero la autoridad nunca debe dejarse influir por un tercero. Para eso existe el VAR, para que pueda corroborar una jugada no vista o mal juzgada. Lo que hizo fue terrible contra Quetzalli Alvarado, porque dejó que fuera ella, la árbitro VAR, quien validara el gol. Al no acudir al monitor, demostró poca solidaridad y alarmante falta de autoridad.

Ese es el arbitraje mexicano, al que ahora manejan como si fueran niños con su control remoto de Xbox.

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