Sssshhh, cierra los ojos y sólo escucha… ¿Percibes el silencio? Te aseguro que es difícil. Vivimos en un mundo ruidoso. Los sonidos que escuchamos suelen ser los del pasar del tráfico, los aviones, los cláxones de los coches, otras voces, los bips del celular, la radio o la televisión, el ruido del refrigerador, del aire acondicionado o, con suerte, música. Mientras tanto, el alma sufre callada. Se ha acostumbrado, ya no reclama, sólo añora.

Es así que cuando llegamos a un lugar silencioso, para la mayoría de las personas el alivio es inmediato. El alma respira y disfruta. Ese momento de conexión con la naturaleza lo sentimos como algo sagrado. Es una razón más, por la que en cuanto podemos, buscamos escapar al campo, al mar, a las montañas. Tener momentos a solas y en silencio son la medicina que requerimos, en palabras del poeta Wendell Berry: “Nuestras voces internas se vuelven audibles y, en consecuencia, uno responde más claro a otras vidas”.

El silencio no es un lujo, es esencial para la salud mental, física, emocional y espiritual. Me gusta la manera en que Berry define el silencio, “no como la ausencia de algo, sino la presencia de todo”. Sin embargo, es por esta misma razón, como el poeta nos plantea, que para algunas personas la experiencia del silencio es incómoda, algo de lo cual huir y que se busca rellenar de inmediato con lo que sea, incluso, vaya ironía, una noche totalmente silenciosa les dificulta conciliar el sueño.

Paul Goodman, el escritor y poeta estadounidense del siglo pasado, dice en su libro Speaking and Language, que hay nueve tipos de silencio: el silencio bobo de un adormilamiento o la apatía; el silencio sobrio que va con la cara solemne de un animal; el silencio fértil de la conciencia pastoreando al alma, cuando emergen nuevos pensamientos; el silencio de escuchar al otro cuando cambia de dirección para ayudarlo a clarificar; el silencio vivo de la percepción alerta listo para decir “esto… esto”; el silencio ruidoso del resentimiento y la autorecriminación fuerte y sutil, pero hosco para hablarlo; el silencio del desconcierto; el silencio del acuerdo pacífico con otras personas o el silencio de comunión con el cosmos.

Cuando no hay silencio

Quienes vivimos en ciudades, rumbos o calles muy ruidosas, hemos experimentado que la falta de silencio puede alterar la percepción de la vida, el humor y el estado de ánimo.

En esa especie de smog auditivo urbano hemos llegado a silenciar los sonidos más sutiles y hermosos de la Tierra: el trinar de los pájaros, el movimiento de las frondas de los árboles con el viento, el canto de los grillos por la noche, en fin, entre ellos, nuestra propia voz. Todos esos sonidos que de niños formaban parte de nuestra cotidianeidad y que, como el agua limpia o la vista de las estrellas en la noche, poco a poco han desaparecido.

Alfred Tomatis, médico francés, creador en 1940 de la audiopsicofonología, asegura que los oídos son el medio por el cual el cerebro recibe más estímulos desde el vientre materno.

En su libro Towards Human Listening afirma que existen dos tipos de sonidos: los ricos en armónicos altos que son sonidos de “carga”, los cuales transmiten una energía muy intensa al cerebro como los sonidos de la naturaleza, la música de Mozart o los cantos gregorianos. Y los sonidos de “descarga”, como el ruido del motor de un avión al despegar o del rock pesado, no sólo no dan energía suficiente a la corteza cerebral, sino que agotan a la persona.

Procura el silencio, cierra los ojos y sólo escucha… escúchate.

Google News

TEMAS RELACIONADOS