Durante un largo periodo que se remonta a la Segunda Guerra Mundial, el turismo internacional tuvo un formidable patrón de expansión, y en toda la segunda mitad del siglo pasado sólo registró un año de un leve retroceso (1981). Las cosas cambiaron en la década pasada, luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre (2001), la epidemia de SARS (2003) y la Gran Recesión (2008-2009), eventos que supusieron un fuerte impacto para la industria de los viajes y que provocaron caídas en los flujos turísticos, siendo la más grave la reportada en 2009 y que supuso una reducción de 4% en el movimiento turístico mundial.
Las cosas cambiaron en el periodo 2010-2019, y producto de la fortaleza estructural del turismo explicada por el hecho de que los viajes se incorporaron como parte del estilo de vida global, el turismo vivió una nueva ola de crecimiento a la que denominamos el ‘segundo boom turístico’ pues la tasa media de crecimiento anual superó la de las tres décadas previas.
Y de pronto apareció este coronavirus, brutal, salvaje, y, sobre todo, con una inusitada capacidad de propagación y una elevada letalidad con lo que se impuso en mayor o menor medida en el mundo la recomendación de permanecer en casa, al tiempo que 100% de los destinos turísticos del mundo —según la Organización Mundial del Turismo (OMT) — imponían restricciones a los viajes. Estas condiciones impactaron, directamente, la línea de flotación del turismo, pues este fenómeno es, ante todo, un fenómeno de movilidad humana.
Al perderse dicha movilidad, el turismo es un paciente en terapia intensiva que se desangra a una velocidad vertiginosa.
La semana pasada la OMT dio a conocer la actualización de su Barómetro señalando las primeras afectaciones observadas hasta marzo: un descenso en el movimiento turístico internacional de 22% con relación al mismo periodo del año previo —tan solo en marzo la caída es de 57%—, es decir, 67 millones de turistas menos y una reducción en los ingresos del orden de 80 mil millones de dólares. Los datos, sin duda, son dramáticos y lo peor está aún por venir.
En un escenario de relajación a las restricciones de viaje hacia julio se estima una caída anualizada de 58% en las llegadas de turistas internacionales, y si las limitaciones a la movilidad persistieran hasta inicios de diciembre, esta proporción podría crecer hasta un descenso de 78%, esto es, una pérdida de más de mil millones de viajeros internacionales y de más de 1.2 billones de dólares en ingresos.
Existe un consenso en que la recuperación vendrá por el lado de los turistas nacionales, aunque en todo caso empezaría a hacerse realidad en 2021. Un estudio del Consejo Mundial de Viajes sobre las crisis registradas en el presente siglo con impacto en los viajes, considera que las que tienen origen en temas sanitarios toman, en promedio, 19 meses en ver concretada una recuperación. Dada la magnitud de la situación actual, de ninguna manera sería extraño que dicha recuperación tome entre 24 y 36 meses.
En este escenario se anticipa la pérdida de entre 100 y 120 millones de puestos de trabajo en la industria. Y es justo aquí, en esta variable, en las que se encuentran las claves que reclaman una muy importante intervención del Estado para acompañar a una industria que tradicionalmente da grandes beneficios a la economía y a las sociedades. Sin el concurso solidario de políticas públicas en beneficio de la industria, los daños pueden ser irreparables. Tan sólo en el periodo marzo-mayo de 2020 la reducción en el consumo turístico en México superará los 500 mil millones de pesos.
Evidentemente se tiene que apoyar a las empresas turísticas que se desempeñan en México, tanto a las chicas como las grandes pues el producto turístico es, a final de cuentas, una suma de esfuerzos públicos y privados, de una enorme multiplicidad de actores. Además de plantear una intervención construida desde el liderazgo de la Secretaría de Turismo, de mucho mayor envergadura de lo que hasta ahora se ha visto, será de gran utilidad en la emergencia sacar adelante un paquete legislativo en apoyo a la actividad. A fin de avanzar en este último aspecto, esta misma semana el Consejo Nacional Empresarial Turístico y el Centro de Investigación y Competitividad Turística Anáhuac darán a conocer una propuesta concreta de apoyos legislativos para el sector. Habrá que hacer votos para que los grupos legislativos abran la discusión al margen de planteamientos ideológicos y honren el mandato legal de que la actividad turística es una prioridad.