El tiempo es una línea recta. No tiene curvas, ni vueltas en “U”. Nos lleva siempre hacia adelante, por más que llevemos una eternidad queriendo desafiarlo. Cuántos intentos de echarlo en reversa para regresar en él y usar almanaques deportivos en el pasado para volvernos millonarios con apuestas inverosímiles, como pretendió Marty en Back To The Future II .

Cuántas veces —todas en vano— hemos deseado con el alma volver atrás para remendar errores y reencauzar nuestro destino, para volver al instante en el que se apareció una oportunidad que nunca vimos o, simplemente, para valernos de la experiencia adquirida y sacar provecho.

En nuestras mentes, acaba de empezar un año nuevo. Sin embargo, el tiempo es una creación del hombre, una invención que carece también de separaciones y que es indivisible. 2021 no es, ni será, una barrera capaz de apartarnos, como por arte de magia, de las contrariedades de 2020, ni de lo que sea que acarree cada uno. Aunque los números, y en particular las matemáticas, están llenos de mística y envueltos en magia, el tiempo no es otra cosa que una vil sucesión de instantes. Por eso, el cambio de año, este pequeño y aparente salto al futuro, tampoco nos asegura nada.

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En los instantes iniciales del día primero, cuando alcancé a ver algunas explosiones pirotécnicas —a lo lejos— en varios pueblos, me dio la sensación de que mucha gente se sentía liberada. “Ya no es 2020, ha pasado lo peor”, casi alcancé a escuchar, entre tantas detonaciones y coloridos destellos. “No”, pensé, “esto simplemente se trata de volver a comenzar”, como reza Café Tacvba. “No hay nada nuevo, mañana se tratará de lo mismo: de abrir los ojos, recordar quién soy, verme al espejo y salir con mi única cara a plantar lo mejor posible mis pies en el mundo”.

No hay nada nuevo, salvo la actitud. Y la actitud es lo que suele salvar a la humanidad en los momentos más críticos. Veía el futbol americano colegial en estos días, cuando el entrenador de uno de los equipos sacó su pequeño pizarrón para visualizar una jugada maestra que le permitiera darle la vuelta al marcador y alzarse con la victoria, en estos tazones tan fascinantes de comienzo de año. Se la mostró al quarterback y a otros jugadores más de la ofensiva. Se emocionaron, chocaron sus cuerpos, sus puños y saltaron al campo listos para emprender la hazaña.

Me imaginé que algo parecido quizá nos ayudaría a cada uno: armar nuestro muy personal vision board, esa pizarra o tablero en el que visualicemos por dónde y a dónde deseamos llegar. Ese objetivo, los pros, los contras. Ese seguir para poder volver a empezar.

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