En el mundo que antes conocíamos, este martes habría sido de cuartos de final en la Champions. “¡¿Otra vez el cochino futbol?!, ¡¿y ahora quién juega?!”, seguro nos hubiera increpado mi mujer a mis tres hijos y a mí, sumamente enojada porque nadie le hizo caso y ninguno volteó a verla por no perderse el desplante de Mbappé , de Cristiano o de Messi.

—¡Si no es la Champions, es el Mundial, las eliminatorias o la Euro-no-se-qué! ¡¿Pero qué nunca va a acabarse esto?!

—No— iluso, me atreví a responderle todavía en los partidos de octavos.

Qué equivocado estaba. Sí se acabó. Por lo menos, varios meses. ¿Quién imaginó algo así? Nadie. ¡Wimbledon!, ¡adiós Wimbledon! Todavía recuerdo la final del año pasado. Djokovic contra Su Majestad Federer.

Vi los primeros cuatro sets recostado en mi cama, con mis hijos muy atentos a la cátedra de ambos tenistas, hasta que sonaron las horribles campanadas dominicales. “¡Ya es hora, vámonos!” , nos avisó mi esposa y, acto seguido, ahí íbamos los cinco en el coche rumbo a uno de esos benditos eventos de los que no te puedes zafar ni por gracia de Dios Padre. Una primera comunión o una cosa de esas a las que, según yo, no quiere ir ni el festejado, aunque a nadie le queda de otra.

Encontré un link en Twitter para ver el partido, pero la señal fallaba a cada rato. Sólo alcancé a oír, si la memoria no me falla, de dos puntos para partido a favor del suizo y al rato me enteré de su derrota. En la noche, llegué a la computadora a escuchar sus palabras, pues además del don del tenis, tiene el de conmoverme con sus discursos, lo mismo si gana o pierde.

En estos días de reclusión, de pronto me da por recordar cuando yo veía de niño los partidos de lo que fuera con mi papá. Y, especialmente, de los juegos que inventábamos. Así fue como me gustó el deporte, tanto verlo como practicarlo.

Últimamente, la televisión casi no se prende en casa. ¿Quién va a querer ver la patética eLiga? Preferimos jugar Gol para en el patio. No es grande, para nada, pero sirve también para bolear con las raquetas contra la pared. Al rato, usamos la misma pelota de tenis para jugar cabecitas. Esas las inventó mi papá, o eso creo: Desde la portería imaginaria, uno lanza la pelota de globito al otro, quien tiene 10 chances para anotar de testarazos los más goles que pueda. Luego, se cambian los papeles y el triunfador es el primero que gana cinco partidos, si las mamás lo permiten: “¡Ya dejen la pelota, que se suban a bañar los niños!”.

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