No se alcanza a avizorar aún el final. Parece lejano todavía, como en , cuando surge esa sensación de que el camino es infinito, a pesar de la indicación de los kilómetros recorridos. La cosa aquí es que no tenemos idea si vamos a la mitad o si esto apenas comienza.

Pasaron un par de meses de mi última salida por Ciudad Universitaria. El sábado regresé a correr una hora y media. Me cansé más de lo habitual en esas casi imperceptibles cuestas que acaban por cobrar factura y fue ahí donde caí en el pensamiento:

“¿Cuánto diablos falta?”. Son más de cuatro meses de confinamiento , que —para muchos— ha supuesto una necesaria y bendita pausa, pero que para la mayoría significan una abrupta interrupción de sus vidas en todos sentidos. No hay hacia dónde ir, ni para dónde hacerse, y andar a la deriva sin rumbo puede llegar a ser, más que agotador, frustrante.

Mientras escribía estas líneas, me tope con una entrevista a Tom Hanks sobre su más reciente filme, Greyhound, en la que habló de su contagio y la pandemia:

“Si aprendí alguna cosa, fue la importancia de vivir en el momento, en el presente, porque si algo sabemos es que desconocemos cuánto va a durar todo esto, así que —por lo pronto— sólo tenemos el ahora y cierta posibilidad de despertar en el mañana. Es un lugar muy difícil para estar. Para los monjes zen quizá no lo sea, pero para el resto de nosotros, sí”, afirmó el actor favorito de mis tres hijos.

Casualmente, ayer volví a ver Kundun, película que retrata la vida del dalái lama, desde su búsqueda como el decimocuarto reencarnado, hasta la manera como enfrentó la invasión y la represión de China.

Al principio, él mismo no entendía nada, ignoraba qué hacer, un poco lo que ocurre en estos momentos con el virus, del que —a ciencia cierta— conocemos muy poco.

 

Sin duda, vivir en el momento hace más fáciles las cosas y las cuestas. No es recomendable correr y buscar dónde terminan, pues sólo de verlas crecen y se empinan.

Si piensas todo el tiempo en la meta, ésta se vuelve lejana y nunca llega. De pronto, es mejor ir con la mirada clavada al suelo, en los propios pasos; se aminora el pesar y lo que falta.

Quizá por eso volteaba a ver tanto el dalái lama sus zapatos y los del propio Mao Tse-Tung, a lo largo de la cinta. Kundun, en tibetano, significa “la presencia”. Es el título que se le da al dalái lama.

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