Pasaban de las 12 de la noche, en miércoles, y mis hijas no paraban de cuchichear en su recámara apagada. Juraban que nadie las escuchaba, pero yo revisaba en el cuarto de al lado un video acerca de las historias de esta cuarentena, que tanto ha modificado nuestras vidas. Una parte buena, a mi parecer, es que los lazos entre hermanos saldrán fortalecidos.

Tienen 12 y 14 años de edad, comparten cuarto desde siempre. A esa hora, en un día normal, ambas estarían en el quinto sueño. No sé sobre qué hablaban y tampoco quise interrumpirlas. Me resulta fascinante descubrir a mis hijos comunicarse, contarse cosas, chistes y secretos, como ahí ocurría.

 

La complicidad de los hermanos es especial. Como padre, quieres verlos compartir esos momentos, las alegrías, los retos y todos los triunfos posibles. Cuando veo a dos hermanos participar juntos en algún deporte, me emociono. De chico, porque se me hacía un sueño, ahora, porque me pongo en el papel de los papás, y el sentimiento fraternal me gana.

El miércoles pasado, en Stavanger, Noruega , se celebró la primera carrera después de la crisis Covid-19. Allá, las medidas sanitarias comienzan a relajarse y el más joven de los hermanos Ingebrigtsen, Jakob, aprovechó para romper el récord noruego de cinco mil metros en circuito, con 13:28 minutos. En segundo lugar llegó Henrik, el mayor. El de enmedio, Flip, no participó —acaba de convertirse en papá—, pero sí la hermana, Ingrid, quien sorprendió al mundo —aunque no a sus dichosos hermanos—, con sus 18 minutos cerrados. Los Ingebrigtsen son una moda en el medio fondo europeo.

Enseguida, vinieron a mi mente los hermanos Alistair y Jonathan Brownlee, los triatletas ingleses ganadores de oro y plata, respectivamente, en los Juegos Olímpicos de Río 2016. En septiembre del mismo año, en el Campeonato Mundial de Cozumel, el menor de ellos se desvaneció a unos cuantos metros de ganar el título. Alistair tuvo que ayudarlo a rebasar la meta —pero ya detrás del sudafricano Schoeman—, en un final de película.

Pero vienen días buenos también para el triatlón mexicano. Los hermanos Probert Vargas entrenan en la sala de su casa en bicicletas, junto a la mesa de tareas, sobre los rodillos de entrenamiento. La cuarentena no ha detenido a Lorena, de 14 años, ni a Nicolás, de 16.

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El hermano grande ya ganó el año pasado el primer lugar general del campeonato asiático en Osaka, Japón, y tiene claro, igual que ella, su meta: una medalla olímpica de oro. Mientras dedican casi tres horas diarias a su preparación, Ana, la hermanita chica, los mira, al tiempo que toma su clase de matemáticas en línea, con cara de que un día los va a alcanzar. Que así sea, para alegría de todos.

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