Basta pasar un rato en las redes sociales para apreciar una corriente, poderosa como un río, que atribuye al presidente la característica de ignorancia. Me pregunto si estará alentada por el mismo gobierno pues constituye una simplificación demasiado fácil: al ignorante se le puede perdonar pues no sabe lo que hace, con un ignorante no se discute, a un ignorante se le acepta que tenía buenas intenciones. El objetivo sería, obviamente, ocultar que el Jefe del Ejecutivo actúa movido por la perversidad para acumular más y más poder para sí mismo.

El presidente es un político a la antigua, un priista clásico 100 por ciento puro, que hace del fingimiento su mejor herramienta. Fingir que es ignorante constituye un costo menor si con ello puede despistar a sus adversarios y desviar la atención de los problemas reales, ofrecer soluciones mágicas a fenómenos complejos, instrumentar a sus anchas una estrategia bien definida para construir una dictadura, extender sus redes de poder lo mismo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Instituto Nacional Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial del Poder Judicial de la Federación y los organismos autónomos que jugaban un papel de contrapesos.

La perversidad y la perfidia, a diferencia de la ignorancia, no tienen perdón porque implican causar daño a sabiendas de que se está haciendo para, por ejemplo, acumular poder personal. En palabras que son aceptables para el régimen: un fariseo, que aparenta humanismo pero hace todo lo contrario. Desde luego, no se llega a la perversidad política sin recorrer un largo camino.

Un ignorante no puede ser perverso aunque tenga iniciativa, pero un perverso no puede ser ignorante, requiere estudiar y reconocer los mecanismos que le permitan su objetivo personal. Hay que hacerle caso cuando cita a Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, y a Lenin.

El presidente no viaja al extranjero para engañar a sus críticos pero, por sus hechos, se puede deducir que es un estudioso de Putin, quien lleva 20 años en el poder en Rusia; de Erdogan, quien acumula 16 años al frente de Turquia; de Chávez, que construyó una religión secular en Venezuela; de Castro, quien fue una figura latinoamericana indiscutible a pesar de mantener a la isla bajo una férrea dictadura.

Él mismo se cree un hombre excepcional, comparable a Jesús, y, por eso, estudiar a los personajes que le parecen excepcionales para mantenerse en el poder parece ser un antecedente lógico y necesario.

Por sus acciones en el primer año de gobierno, uno podría apostar que su favorito, su héroe personal, es Vladimir Putin. Incluso cuando demanda que España pida perdón por las atrocidades cometidas durante La Conquista está siguiendo a Putin: un liderazgo mesiánico requiere un momento histórico que sirva, al mismo tiempo, para establecer un mítico momento de pureza e inocencia del pueblo como víctima y de ahí inferir un vínculo místico entre el pueblo y el líder, quien se convierte así en la voz del pueblo, que es la voz de Dios.

La perversidad de Putin consiste en crear crisis para establecer el poder personal por encima de las instituciones y de la ley. En México, tal sería el caso de la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Las consecuencias económicas están a la vista: la economía entró en recesión, por primera vez en 11 años y sin una crisis internacional a la cual echarle la culpa. Se perdieron 380 mil empleos en diciembre, la industria de la construcción cayó a menos 9 por ciento, pero el presidente estableció puntualmente que no está de florero.

La perversidad no se detiene en consideraciones morales. El desabasto de medicinas en el sector público sería otra crisis conscientemente provocada para acrecentar el poder presidencial frente a los laboratorios y empresas farmacéuticas.

Un pleito de poder en el cual las víctimas son los enfermos y los niños con cáncer, para quienes no hay medicinas ni atención médica suficiente. No podemos saber en qué medida ni cuántos, pero seguramente esta crisis, generada por la decisión de centralizar las compras, ha provocado muertes que pudieron evitarse sin la disputa de poder.

Es una perversidad culpar a todos de corrupción y no ofrecer ninguna prueba. El gobierno ya tiene un año en el poder señalando corruptos en todas las áreas, pero no hay detenidos, no hay presos, no hay hechos que confirmen lo que dice. En cambio, es evidente la protección de las autoridades responsables de aplicar la ley a miembros del círculo cercano del presidente, como Manuel Bartlet y Napoleón Gómez Urrutia, acusados de corrupción.

No, no parece ser ignorancia.

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