Mientras el ejército se apostaba frente al Palacio de La Moneda, con una mirada de determinación, ocultando su miedo, sorpresa y angustia, Allende sostenía en su mano la pistola y repasaba en su mente el discurso que minutos antes había dicho a través de la radio, “solamente acribillándome a balazos, podrán impedir que cumpla el mandato que el pueblo me diera”.

En ese momento recordó que tres años atrás y después de cuatro candidaturas a la presidencia, había sido necesario recurrir al congreso en un 24 de octubre para escuchar la votación, que con 153 votos a favor y 35 en contra, ratificaban el inicio del mandato del primer presidente socialista, marxista de la historia de América Latina.

Salvador Allende

, el médico cirujano que había dedicado su vida servicio de las personas y pasó los días de su juventud, de claro en claro y de turbio en turbio alternando su trabajo como secretario del Partido Socialista de Chile , como médico y redactor de distintos trabajos académicos como “la realidad médico social chilena”, documento que le acercaba a la población de su país.

Allende había sido parte del senado en distintas ocasiones y en cuatro oportunidades distintas, candidato a la presidencia de la República como parte de una coalición de partidos socialistas y comunistas que terminó por consumarse en 1970, no sin antes pasar un proceso previo en el congreso debido a la corta distancia en los votos entre él y su rival Jorge Alessandri.

Se escuchaban en las calles el perifoneo del himno de unidad popular “desde el hondo crisol de la patria, se levanta el clamor popular, ya se acerca la nueva alborada, todo el pueblo comienza a cantar…” poco a poco la posibilidad de que un personaje como el mártir chileno llegara a la presidencia se convertía en una realidad más palpable que hacía sentirse representados en la figura del médico a muchos de los sectores que no habían tenido la oportunidad de verse en una figura tan grande.

El nuevo presidente rompió con muchos de los grupos que antes concentraban el poder en su país lo que generó que los países propietarios del tiempo y hasta las vidas de muchos de los chilenos voltearan a Chile y generaran una campaña de desprestigio para el representante de la unidad popular, sin embargo, no dio un paso atrás, al contrario, sus discursos cada oportunidad se volvían más explícitos sobre su visión de gobierno.

“Hay muchos médicos que no comprenden que la salud se compra, y hay miles y miles de hombres y mujeres en América Latina, que no pueden comprar su salud… se necesitan profesionales que no busquen engordar en los puestos públicos en las capitales de nuestras patrias, que la obligación de los que están aquí es no olvidar que esta es una universidad del Estado, que la pagan los contribuyentes cuya inmensa mayoría son los trabajadores, y por desgracia en esta universidad como en las universidades de mi patria, la presencia del hijo del campesino y del obrero, alcanza un bajo nivel todavía…”

Dijo un dos de diciembre de 1972 en la Universidad de Guadalajara, cuando consideró más importante dirigirse a los estudiantes y al pueblo de México por encima del presidente Luis Echeverría (quien poco respeto tenía por los jóvenes estudiantes), dejando patente en sus palabras el pensamiento de un hombre que estaba dispuesto a dar lo más valioso que podía tener.

Consideró el presidente chileno que el socialismo podía construirse sobre una base democrática y partió por la nacionalización de la industria minera del cobre, sin embargo, el extremismo en la decisión dentro de un periodo donde aun permeaba la guerra fría, lo convirtió en un objetivo para el gobierno estadounidense, aparecieron las huelgas, que paralizaron Chile, ocasionaron desabasto y los rumores de un golpe de Estado.

Tenía solo 18 días Augusto Pinochet de ser nombrado por el presidente, al cual no paraba de jurarle lealtad cada ocasión que podía, cuando se levantó en contra del doctor chileno de lentes de pasta, solo dios sabe lo que pensó Allende cuando escuchó el comunicado que solicitaba su dimisión firmado por su propia gente “que soledad tan sola te inundaba, en el momento en que los personales amigos de la vida y de la muerte te rodeaban. Que manera de alzarse en un abrazo el odio, la traición, la muerte, el lodo; lo que constituyó tu pensamiento a muerto todo…(Milanés)”

El 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende tomó la decisión convertirse en ejemplo, abrazar sus ideales y aferrarse a la lucha que motivó su vida, él decidió permanecer y morir en el lugar que le dio el pueblo chileno, la silla presidencial “pasará a la ignominia de la historia, que ustedes tuvieron la fuerza, pero no la razón”.

A su muerte la siguió la dictadura, persecuciones y ejecuciones a diestra y siniestra, crímenes de lesa humanidad, desapariciones forzadas y abusos en contra de su pueblo, en la historia del hermano país de Chile un episodio oscuro, pero también quedó su ejemplo, el de el médico abnegado, el luchador social, el hombre convencido, porque eso es rebeldía.

La rebeldía es una acción de los seres pensantes que dicen basta cuando es necesario, que se manifiestan y se hacen ver y oír cuando la sociedad los necesita, rebeldía es luchar por los desprotegidos, es inconformarse con las injusticias y denunciarlas, por eso él se convirtió en ícono de una generación de hombres y mujeres que intentaron, intentan y seguirán intentando cambiar el mundo en que vivimos y que dejaron plasmados en las palabras de Milanés la sentencia de los rebeldes, “yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentado, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes…”.

Por eso, se escribe rebeldía, pero se pronuncia “Allende; yo pisare las calles nuevamente”

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