La crisis de la Covid-19 ha expuesto la extrema vulnerabilidad con la que operan los países dentro del sistema internacional. Bajo el modelo económico de la globalización imperaba la idea de que no tenía sentido que un país buscara su autosuficiencia, pues siempre iba a ser más barato y más redituable la co-dependencia internacional. Basado en este principio, los países en vías de desarrollo renunciaron a sus industrias tecnológicas y se concentraron en especializarse en ser partes de cadenas productivas transnacionales. Curiosamente, mientras que las naciones en desarrollo dejaron de intentar competir en tecnología, salud, etc… muchos de los países más desarrollados no renunciaron a ninguna de sus industrias prioritarias, ni a aquellas que tuvieran que ver con la seguridad nacional.

La pandemia de la Covid-19 ha demostrado las limitaciones del modelo global y con ello la vulnerabilidad de muchas naciones ha sido evidenciada. Si el iceberg destruyó el mito de que el Titanic era insumergible, la Covid-19 es el iceberg que ha destruido el mito de que la inercia comunitaria del sistema globalizado era indetenible. Ante el arribo de la pandemia, lo primero que hicieron las naciones desarrolladas del mundo fue cerrar sus fronteras. Desde los cubrebocas y ventiladores, hasta las vacunas, cada país ha tenido que arreglárselas como puede, llegando a tratos directos con otras naciones o con empresas privadas.

En este nueva dinámica de funcionamiento, los países más desarrollados han ampliado los márgenes de sus ventajas. El ejemplo más claro es la vacuna. Durante los meses que precedieron a la aprobación de su uso, los gobiernos de decenas de países negociaron con farmacéuticas y organismos internacionales para garantizar su abastecimiento. Todo fue en vano. En enero, muchos de esos países, incluyendo México, tuvieron que enfrentar la realidad: los países productores de vacunas habían bloqueado la exportación de éstas hasta que no se satisficiera la necesidad local. Los acuerdos y arreglos pasaron a segundo plano. Ante la crisis, cada país veló por su propio interés. La diferencia es marcada, esta semana, Inglaterra logró un día sin una sola muerte por Covid-19, mientras que en México o Brasil , murieron miles.

México sacrificó su industria tecnológica con una facilidad asombrosa. Lo hizo al amparo de recetas económicas que le prometían prosperidad a cambio de sacrificar su propia seguridad nacional. La idea era que la seguridad era una idea anticuada, pues no había ningún escenario posible en el que un país como México no pudiera aprovechar los insumos del libre comercio.

Los resultados de esta política son claros y devastadores, México tuvo que doblegarse ante EUA para obtener ventiladores, y luego nuevamente para conseguir las vacunas que le sobran al vecino del norte. Incluso, el intento mexico-argentino por producir y empaquetar la vacuna de Astrazeneca ha sido un fracaso. En el momento más crítico, los encargados de la producción se dieron cuenta que había un desabasto de los materiales necesarios para la empaquetación. La crisis internacional ha dejado ver el estado de absoluto abandono en el que se encuentra el sector salud y la industria médica en México.

Un país como México tendría que tener la capacidad interna de producir una vacuna y de distribuirla. Si bien los gobiernos del pasado se encargaron de que esto no fuera posible, sorprende que el gobierno actual no lo haya vuelto una prioridad inmediata hace un año. Ante la abrumante crisis, lo más consecuente con el discurso del gobierno “nacionalista” sería crear las condiciones para que México a mediano plazo volviera a tener capacidad tecnológica en áreas estratégicas, incluidas el sector salud. No ha sido así.

En este punto yace la complejidad del mundo post-Covid19 . La crisis ha revelado dos verdades que parecen inconciliables; por un lado el sistema político internacional ha fracasado, ha quedado claro que ningún Estado puede depender de otro para ayudar a salvar a su población. Esto es un argumento político real que llevará al aislamiento y a la construcción de un “nacionalismo de la autosuficiencia”. Pero por otro lado, más que nunca, la crisis ha revelado la dependencia que tenemos en ese mismo sistema internacional. La co-inmunidad: toda la esperanza de una solución verdadera a la pandemia yace en la cooperación internacional. Estos argumentos políticos conducen inevitablemente a pensar en construir una comunidad internacional más sólida, pero también industrias estratégicas nacionales que permitan lidiar con estas adversidades.

El nacionalismo de la autosuficiencia tiene que co-existir con la globalización de forma inteligente. No se trata de construir autosuficiencias politiqueras. Al contrario, la autosuficiencia nacionalista tiene que tener un sentido estratégico y vanguardista. El empecinamiento en la autosuficiencia petrolera es un ejemplo de una autosuficiencia no estratégica, no solo por lo obsoleto del proyecto sino porque es inviable depender de un recurso no renovable. La autosuficiencia a la que me refiero debe ser nacional pero no nacionalista, no debe ser estratégica, pero no política; una autosuficiencia tecnológica y energética pensada en el futuro, no en el pasado.

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