Durante mucho tiempo el cine y la literatura han intentado responder la pregunta ¿qué hacer ante una crisis de lo desconocido? El cine norteamericano ha explorado esta pregunta sobre todo desde la construcción de ficciones apocalípticas; se han imaginado aliens, desastres naturales, inteligencia artificial e incluso revueltas entre especies o entre espacios. Quizás el cine ha adoptado este tipo de creaciones imaginarias porque estas posibilidades tienen expresiones visuales más atractivas. Sin embargo, mientras Hollywood estaba ocupado imaginando estos monstruos, la crisis de lo desconocido llegó a la realidad desde el lugar más insospechado: un virus.

Esto habla mucho de nuestra prepotencia como especie. De alguna forma, y a pesar de las advertencias periódicas de las autoridades en la materia, pareciera que nunca nos tomamos en serio la posibilidad de una pandemia. Si el ser humano iba a enfrentar una gran crisis de lo desconocido, esa crisis tenía que ser de algo grandioso, de algo fuera de este mundo, de algo tan revolucionario que justificara su capacidad de ponernos en jaque; lo demás ya lo habíamos sometido, dominado. Fuimos capaces de imaginar muchos riesgos a nuestra existencia, pero casi ninguno que nos vulnerara por nuestra esencia biológica. En lugar de explorar el pasado, exploramos una extraña concepción del futuro; en lugar de explorar nuestro organismo, exploramos la posibilidad de organismos de otros mundos.

Nuestra existencia en el mundo natural como seres biológicos siempre nos ha incomodado. La mayoría de las religiones organizadas que imperan en la actualidad son las que han buscado construir una narrativa de nuestra excepcionalidad que busca separarnos del resto de los habitantes del mundo. La mayoría de estas religiones no nos considera animales, a pesar de que biológicamente no hay ninguna duda de que lo seamos. El ser humano lleva siglos tratando de alejarse de su esencia, pero cada cierto tiempo una epidemia de esta naturaleza nos recuerda lo endebles que somos como especie; puede que hayamos domesticado al lobo y transformado las selvas en desarrollos inmobiliarios, pero seguimos siendo parte de ese mundo que nos desvivimos por negar o destruir.

En realidad, que la crisis de lo desconocido llegara en forma de una pandemia era lo más evidente y hasta predecible. Los científicos sabían que tarde o temprano sucedería y han estado en alerta cada vez que surge un brote “anormal”. Aún así, menospreciamos el llamado. Resulta irónico ver todo lo que gastan los gobiernos y las sociedades en protegerse de muchas formas y al mismo tiempo, ser testigos del gran abandono al sector salud. En la potencia más importante de nuestra época, Estados Unidos, aún no se reconoce la importancia de un sistema de salud público y gratuito. En México, donde llevamos más de un siglo sin una invasión extranjera, el presupuesto de las fuerzas armadas sigue aumentando, mientras que no hay suficientes camas en los hospitales, ni suficientes médicos, ni suficiente preparación. Desde la administración de Calderón, hay una tendencia creciente a empoderar a las fuerzas armadas, y en paralelo, una tendencia contraria a abandonar la investigación científica, la producción de vacunas y al sistema de salud en general. ¿Quién elige nuestras prioridades?

Hace un año era inconcebible pensar que pasaríamos la mayor parte del 2020 tratando de sobrevivir una pandemia. Todavía hace unos meses imperaba una sensación de que esto no podía durar mucho más. Los primeros meses de la pandemia la prensa se entusiasmaba escribiendo sobre posibles tratamientos, medicinas o vacunas; ahora, en octubre, ya se escucha muy poco sobre ello. Parecería que la realidad ha desgastado cualquier intento de optimismo. A falta de soluciones, comienza la resignación. ¿En qué momento comenzará la autorreflexión?

A estas alturas, los políticos buscan salvarse, los científicos buscan salvarnos, y mientras tanto, los demás tendríamos que aprovechar para repensar el modelo de mundo que nos llevó a esta situación. Nuestras prioridades. Sobre todo, repensar nuestra posición como humanos dentro de la concepción de mundo y universo que hemos creado. ¿Por qué nuestras religiones insisten tanto en separarnos de la naturaleza? ¿Por qué nuestras sociedades buscan destruir y domesticar todo lo que no sea humano? ¿Por qué nuestras políticas entienden al mundo únicamente como “recursos humanos”? Hay evidencia de que en el plano físico la destrucción de la naturaleza contribuyó a agravar esta pandemia. Hay evidencia de que en el plano de lo metafísico la destrucción de nuestro vínculo con el mundo, o en todo caso, nuestro sentimiento de superioridad ante la naturaleza, también ha contribuido a agravar esta pandemia.

Analista político

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