El pasado miércoles el presidente López Obrador anunció que México y Argentina habían llegado a un acuerdo con el laboratorio AstraZeneca para la producción de una eventual vacuna en América Latina. El día anterior, el presidente ruso Vladimir Putin, había anunciado que Rusia tenía la primera vacuna contra Covid en el mundo y que empezaría a utilizarla de forma inmediata. En esas mismas fechas, Donald Trump declaró que esperaba contar con una vacuna para noviembre. Las declaraciones de estos jefes de estado no obedecen meramente a una política de salud nacional, sino que plantean el acceso a la vacuna como un tema de geopolítica, una especie de reinterpretación de la “carrera espacial.” Nada más ilustrativo que esto, que el hecho de que Rusia haya nombrado a su vacuna: Sputnik V.

La carrera por la vacuna es ya un tema geopolítico; los países que logren asegurar producciones de vacunas tienen la posibilidad de controlar la distribución y por lo tanto, de convertirse en los actores claves de sus respectivas regiones. En ese marco, el anuncio binacional entre México y Argentina no es ninguna coincidencia. El presidente Alberto Fernández ha buscado revivir épocas pasadas con una alianza de izquierdas latinoamericanas a través del Grupo de Puebla. Hoy en día, eso significa una sola cosa, una alianza con México. 

En una conversación con Lula, Alberto Fernandez confesó su angustia “ No lo tengo a Néstor (Kirchner), ni a Chávez. No lo tengo a Pepe Mujica, ni a (Rafael) Correa, ni a vos; solo somos dos.” refiriéndose a AMLO y a él. Hoy el grupo de Puebla es más un deseo de Fernandez que una realidad. A AMLO la política internacional le importa poco, y el grupo está lleno de políticos venidos a menos, exiliados o fracasados. Sin embargo, el anuncio de la vacuna conjunta pone a estos dos países en una posición de liderazgo regional, la vacuna se puede convertir en un arma de negociación y poder blando que bascule a la región hacia sus dos puntos geográficos más lejanos. En esto, el canciller Marcelo Ebrard ha sido fundamental; el presidente le ha delegado el control absoluto de la política exterior y con ello se ha formulado una paradoja: durante el gobierno que menos importancia le pone a la política exterior de los últimos tiempos, México ha recuperado liderazgo y visión internacional.

El anuncio de Vladimir Putin sigue estas mismas coordenadas. La misión de la vacuna rusa es clara: reestablecer la influencia rusa a través de un mensaje global de su poderío. La vacuna rusa ha sido criticada porque no ha cumplido con los protocolos internacionales para confirmar su eficiencia y su plausibilidad. Sin embargo, eso no le importa al Kremlin, todo lo que rodea a la vacuna rusa tiene un espíritu propagandístico, desde el nombre de la vacuna hasta el hecho de que la primera dosis haya sido puesta a la hija del presidente. Para los rusos, la vacuna es un arma para aumentar su influencia en el mundo. En ese sentido, la vacuna es el vehículo por el cual Rusia puede acercarse nuevamente a muchos rincones del mundo donde ha perdido su posición.

En el caso de Trump el asunto de la vacuna es político-electoral. El anuncio de la vacuna para noviembre coincide exactamente con la elección presidencial en el vecino del norte. En ese sentido, para Trump la vacuna es una herramienta para su campaña. La idea es poder anunciar la vacuna antes de la elección y con ello catapultar su mermada apuesta por ser reelegido. Con la llegada de Trump al poder, Estados Unidos ha perdido protagonismo internacional, el tema de la vacuna confirma la contracción de la ambición norteamericana en el mundo; mientras que Rusia, China e India entran en una carrera espacial para aumentar su influencia en el mundo, Estados Unidos mira hacia adentro. El objetivo del gobierno de Trump es meramente electorero.

Sin embargo, esto no significa que sus acciones no tengan una repercusión mundial. Los procesos de  prueba y aprobación de una vacuna son meticulosos y tardados; para que Rusia, China y Estados Unidos cumplan sus tiempos políticos, tendrán que obviar estos procesos: la política lleva la batuta sobre la bioética o la salud. El problema es que esto generará un dilema. Si Estados Unidos, China y Rusia se saltan los tiempos médicos y vacunan a sus poblaciones, podrían reabrir sus economías mucho antes que los países que decidan esperar a que el proceso de seguridad se cumpla. Esto pondría a los países más disciplinados en una grave desventaja económica frente a sus competidores más poderosos. Ante ello, los gobernantes tendrán que sopesar riesgos; el riesgo de utilizar una vacuna que no ha sido completamente probada, contra el riesgo de que toda su economía se rezague. Es probable que en ese dilema, la decisión geopolítica se imponga sobre la bioética o la salud.

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