De todas las fiestas del año, públicas, religiosas, personales, las que más me gustan son las de este fin de semana. En México somos amigos de la muerte desde siempre, y aunque los tradicionalistas se molestan con la mezcla de celebraciones paganas y religiosas a mí me cae de maravilla. Yo empiezo el día 30, termino el día dos y celebro todo a la vez. Los muertos, los santos, las brujas, calacas y calaveras, elegantes esqueletos de cartón con sombra rosa y diamantina de plata, fantasmas, monstruos y demás personajes de temporada. Asustador, pero no de miedo. Los colores. La imaginación. Las flores de cempasúchil. El pan de muerto que si por mí fuera lo habría todo el año. Hasta hace no tanto yo ponía altar de tres niveles y todo, con calaveras de dulce, chocolate y amaranto, de esas que tienen cejas verdes y lentejuelas en los ojos; fotos de mis gatos con sus respectivas urnas, tequila y cacahuates junto a la foto del abuelo, quien luce galán al lado de la bellísima novia -mi abuela- en el día de su boda. Para ella un Raleigh que se recicla año con año. Mis abuelos del otro lado, también en tono sepia, aparecen sentados en una roca en la playa. Tengo muchos muertos pero pocas fotos, no obstante, para mí estos días son ocasión para celebrar con ellos, festejando su vida y lo que me dejaron, sus gustos, su humor, recordando la falta que a veces me hacen. El duelo, las lágrimas, el dolor que ocasionaron al dejar lo mundano, han dan paso a un sentimiento extraño con el que he aprendido a vivir. Y luego están los cementerios, esos lugares con mala fama en donde descansan los restos mortales de la mayoría, famosos o no. A mí me encanta su paz, su silencio, el contraste de las flores en las lápidas y capillas, capilletas, catacumbas, angelitos, obeliscos y demás ejemplos de arquitectura fúnebre. Si me dieran a escoger seguramente me iría por Pere Lachaise, en Paris, al lado de Jim Morrison, Oscar Wilde, et al, aunque con un millón de residentes nadie nunca jamás encontraría mi tumba. Otra opción sería el cementerio de Wood-Green, en Brooklyn, no tan famoso ni concurrido pero donde ofrecen tours para turistas, por lo que las visitas quedan aseguradas, además, allí sí celebran el Día de Muertos con un altar comunitario donde tod@s pueden contribuir. De acabar en esos lares sería vecina de la crema de la crema americana y los fundadores del imperio capitalista: los Whitney (caballos), los Steinway (pianos), los Pfeizer (laboratorios), los Roosevelt (sin Teddy), los Colgate, F.A.O. Schwartz. Los no tan famosos como Elias Howe, inventor de la máquina de coser o John Matthews, inventor del refresco; Henry Bergh, fundador de la Asociación Protectora de Animales de Estados Unidos. Algunos infames como los hermanos Joey y Larry Gallo, colegas de Al Capone. Jean-Michel Basquiat, el primer graffitero y neo-expresionista americano protegido de Andy Warhol también está aquí al igual que Matilda, su mamá. No vendría yo mucho al caso pero es lo de menos. Ultimadamente prefiero una cremación, y aunque desconozco el proceso a detalle me gustaría que el día de mi despedida se hiciera gran fiesta con ataúd abierto y, yo lucir bonita y elegante, de rojo, como novia china. En cuanto a mis cenizas, que se haga con ellas lo que más convenga. Ya la parentela decidirá si me hacen joyería, me mandan al fondo del mar, al espacio sideral, me plantan en el jardín, o acabo de adorno en la sala.

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