Agradezco mucho a la Fundación UNAM, generosa y eficaz asociación civil que durante sus 28 años de existencia ha apoyado a miles de estudiantes universitarios mediante becas nutricionales, becas para aprender inglés o para realizar estancias escolares en instituciones académicas extranjeras, el que me haya invitado a colaborar, en esta ocasión, para publicar una reflexión acerca de la trascendencia económica, social y ambiental del cambio climático.

Como se sabe, hace apenas unos días concluyó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático en Glasgow, Escocia. Aun cuando sus resultados fueron insuficientes, tal reunión multilateral insistió en la necesidad de evitar los peores desenlaces relacionados con los escenarios de futuro estimados como probables hacia 2030 y 2050. Esto quiere decir que las economías de mayor desarrollo económico, mayor bienestar general y las economías grandes, pero aún no desarrolladas, como India, Brasil, Turquía, Irán, Nigeria o México, deben realizar acciones urgentes y sistemáticas para reducir de manera significativa sus emisiones de gases y compuestos de efecto invernadero.

El cambio climático es resultado, por una parte, de la producción y el consumo desmedidos de energías primarias y secundarias de origen fósil: petróleo, gas, carbón, gasolinas, diésel, turbosinas, querosenos y combustóleo; y, por otra parte, de la degradación y pérdida neta de los sumideros naturales de carbono: bosques, selvas, manglares, matorrales xerófilos, pastos naturales, otras coberturas vegetales y la biomasa existente en los océanos. Por esta razón, de persistir en la producción y el consumo excesivos de energía y combustibles fósiles, continuaremos emitiendo, de manera incontrolada entre todos, pero de manera señalada entre una veintena de países (China, EU, India, Rusia, Japón, Alemania, a la cabeza), millones de toneladas de carbono, metano y óxidos nitrosos, al tiempo que, de persistir en la deforestación, la sobre captura pesquera y la contaminación de mares, entonces seguramente incumpliremos las metas climáticas globales que, por fortuna, aún continúan vigentes.

Cierto es que la economía mexicana, como cualquier otra, requiere de crecientes insumos de energía para su funcionamiento, pero podríamos reorganizar la recuperación económica actual y la expansión productiva venidera con beneficios sociales netos y duraderos si la afianzáramos en las energías renovables: solar-fotovoltaica, viento-eoloelectricidad, geotermo-electricidad, hidro-electricidad, así como el aprovechamiento energético de las mareas y las emisiones de metano provenientes de la ganadería, las aguas residuales y la disposición cotidiana de basura en rellenos sanitarios.

De esta manera, México debiera ya diseñar e impulsar tres programas estratégicos inaplazables:

Uno de adaptación a los efectos adversos que de cualquier forma continuarán presentándose por las emisiones de carbono ya depositadas en la atmósfera (sequías, olas de calor, incendios forestales, inundaciones, heladas, huracanes, pérdida de playas por ascenso del nivel del mar, otras). Este plan debiera elaborarse y ponerse en vigor de manera territorializada, es decir, en ciudades, zonas metropolitanas, regiones y municipios costeros específicos.

Otro de mitigación o reducción de tales emisiones de carbono, mediante el impulso de las mencionadas energías renovables que, gradual pero crecientemente, sustituyan a las energías convencionales de origen fósil. Este plan debiera coordinarse por sectores productivos, regiones económicas importantes y ciudades demográficamente considerables.

Otro más de financiamiento interno y externo para apoyar los dos anteriores de adaptación y mitigación. El financiamiento interno debiera generar una reconsideración de la política fiscal actual, tanto propiciando el gasto público redistributivo como directamente productivo, al tiempo que los ingresos públicos también fueran reconfigurados en sus componentes tributarios, no tributarios y de endeudamiento pagable. Otras importantes fuentes de financiamiento interno debieran ser la banca de desarrollo, los instrumentos de mercado y las coinversiones público-privadas. Por su parte, el financiamiento externo debiera propiciarse mediante la presentación de proyectos de inversión y desarrollo territorial con energías renovables mediante instrumentos de mercado tales como los bonos de carbono y los permisos comerciables de emisión-conservación.

Es posible que estemos, de acuerdo con el consenso global, ante la última oportunidad para evitar costos sociales muy graves y perdurables; es posible que estemos presenciando la última llamada para reorganizar nuestras economías, nuestras sociedades y la política pública nacional y multilateral en favor del desarrollo nacional, la convivencia internacional y la colaboración multilateral, antes de perseguir infundados e inviables proyectos autárquicos de autosuficiencia energética, financiera y productiva.

El futuro empezó ayer y reinicia cada día, por ello, lo que dejemos de hacer hoy difícilmente lo podremos iniciar con éxito dentro de unos meses o años más. La conferencia sobre cambio climático recién concluida en Glasgow insiste en que aún es posible suponer que la temperatura promedio de nuestro planeta podría ascender menos de 2 grados Celsius hacia 2030, si y sólo si todas las naciones, pero señaladamente la veintena de países con más emisiones de gases y compuestos de efecto invernadero, asumen sus responsabilidades en materia de acelerar sus respectivas transiciones energéticas en favor de las renovables y en materia de conservación ecológica comprometida con los sumideros naturales de carbono: bosques, selvas, manglares y mares.

Ojalá que México se animara a poner el ejemplo para beneficio de nosotros mismos y del mundo entero. Estoy seguro de que la Fundación UNAM, como siempre lo ha hecho en su provechosa historia, apoyará iniciativas académicas y de difusión cultural en favor de las ideas plasmadas en estas líneas y en favor del desarrollo territorial sustentable de nuestro país.

Profesor de tiempo completo y director de la Facultad de Economía, UNAM

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