Recientes ataques mortales dirigidos contra grupos específicos de población, como los casos de Nueva Zelanda y El Paso, hacen pensar en que las ideas racistas van más allá de una simple aversión a lo diferente, y que, además de dejar de ser vistos ya como simples casos aislados o producto de mentes desequilibradas (o incluso de “lobos solitarios” como en algún momento se les ha calificado en un intento de minimización), están dando muestras cada vez con mayor frecuencia, de que se trata de una forma de pensar que se está instalando en sectores concretos de sociedades puestas a convivir casi como en olla de presión.

El que el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuya candidatura de inicio sólo habría parecido una mera broma u ocurrencia, tenga por bandera el ataque sistemático contra las minorías en su país a las que considera invasoras y parásitos que viven del erario norteamericano, lleva a preguntarse si con este mandatario, sus gobernados se encuentran bien representados, al sospechar con pesar que su discurso refleja la mentalidad del estadounidense promedio.

La insistencia de Trump de erigir un muro que separe a su país de México, que él —y muchos de sus gobernados— consideran como un vecino incómodo, para detener la entrada en su territorio no sólo de mexicanos, sino de latinoamericanos y hasta africanos, la justifica reiterando una y otra vez lo peligroso de estas personas que, si no llevan violencia, por lo menos ingresan —a su decir— con la idea de vivir del presupuesto público de Estados Unidos y beneficiarse de políticas humanitarias de administraciones anteriores, a las que por cierto culpa de todas las calamidades actuales de su país.

La masacre de El Paso, inédita por cuanto su autor expresó haber planeado y ejecutado —desplazándose incluso decenas de kilómetros— con el claro objetivo de matar mexicanos, debería hacer reflexionar al electorado estadounidense en la amenaza que desde ya constituye tener al frente de su nación a un evidente simpatizante de la ideología supremacista.

Es preocupante que haya manifestaciones públicas en defensa de la supremacía blanca. Sus defensores y adeptos se reúnen y adoctrinan en internet y las redes sociales, como sucede con la mayor parte de los grupos fundamentalistas. Por lo mismo, se deben considerar por su naturaleza como terroristas en toda forma, dado que estas congregaciones buscan no solo exigir un supuesto derecho territorial, sino también generar intimidación entre los otros grupos de población que conviven no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros países que fungen como crisol de grupos humanos.

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