Tener una enfermedad terminal es en sí una tragedia para cualquiera, pero padecerla en la niñez y en el seno de una familia de recursos limitados o precarios, se convierte en un calvario de dolor tanto para el enfermo como para la familia que está pendiente de él, acompañándolo, así como para los médicos, enfermeras y personal hospitalario que se ven con las manos atadas por la escasez y las restricciones presupuestarias que les impiden o les limitan el hacer todo lo posible por darle un fin lo más sereno y apacible al paciente, con el que frecuentemente generan empatía por la naturaleza de su edad e inocencia.

De entre todas las enfermedades terminales, el cáncer es sin duda una de las más terribles porque no sólo deteriora el estado físico de quien lo padece, sino que en algunos tipos del mismo genera dolores tan intensos que hacen necesaria la aplicación de fuertes analgésicos como la morfina, pero cuando se trata de niños, ellos no solo requieren de inyecciones de ese medicamento, sino también de un trato amable que les haga más llevadero el tratamiento y el avance de su mal.

Tan importante como cualquier otra cosa es que niños que están desahuciados no sufran. Es una cuestión de humanidad y aunque la conseja popular diga que es mejor que un enfermo concluya su existencia en casa, rodeado de sus seres queridos y no en el entorno frío de un hospital, recomendación que retoman incluso los propios médicos al sentirse rebasados por un mal contra el que ya no tienen armas para enfrentarlo, lo cierto es que se debe pugnar por lugares especializados para pacientes terminales y con un enfoque dirigido a la reducción máxima del dolor y un ambiente amable con perspectiva humana. Eso lleva a preguntarse dónde está la acción del Estado y dónde queda la solidaridad para estas personas, tan valiosas aun cuando no hayan alcanzado aún la edad para ejercer su voto, sea a favor o en contra del gobierno que estuviera en funciones.

El sistema de salud no solo está hecho para salvar vidas, también tiene mucho que ver tanto con dar calidad de vida a las personas con enfermedades crónicas como con brindar la oportunidad de terminar la existencia con dignidad y sin dolor.

Mientras cifras críticas en la atención a desahuciados se mantengan y así sean 16 mil niños o tan uno solo con dolor grave y sin posibilidad de acceder a cuidados paliativos que permitan reducir su sufrimiento, no se puede hablar de que México cuenta con un sistema de salud justo, suficiente y eficiente.

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