Luego de casi un siglo de concentración del poder en una sola persona, durante periodos sexenales, el país comenzó a buscar una ruta de pesos y contrapesos al iniciar este siglo, y animado por la transición política de 2000.

Varios sucesos se conjuntaron para avanzar en esa dirección. Entre ellas, una mayor independencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la ciudadanización del instituto electoral y la autonomía de organismos como el Banco de México y la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Los gobernadores desempeñaron también un papel de equilibrio. Al arranque de este siglo los mandatarios locales, la mayoría de filiación priísta, se agruparon para encabezar un diálogo directo con el gobierno federal. En esta semana ese escenario comenzó a cambiar.

Orillados por la escasa interlocución de la Conferencia Nacional de Gobernadores con el presidente de la República, 10 mandatarios abandonaron el lunes esa instancia en una reproducción de la división política que vive el país. Dos grupos quedan aún en el interior de la Conferencia: uno afín al gobierno federal y otro que pretende mantenerse al margen.

Con la virtual desintegración de la Conago y la incertidumbre sobre el futuro de la asociación de los gobernadores, se perdería un mecanismo de contrapesos, mientras hay un ambiente de hostigamiento contra otros organismos, aquellos que no han sido capturados aún por figuras afines a la actual administración.

¿Debería México abandonar el sistema de pesos y contrapesos o apostar a la concentración del poder sustentada por los millones de votos obtenidos en julio de 2018?

Por un lado se argumenta que esa ruta no proporcionó bienestar al grueso de la población ni evitó casos de corrupción. ¿Depositar el ejercicio del poder en la voluntad unipersonal contribuirá a alcanzar un mejor país? En principio podría acelerar procesos, pero el costo sería muy alto: la construcción de una sociedad democrática quedaría truncada.

La oportunidad de conducir un gobierno dispuesto al diálogo, con la autoridad de un incuestionable respaldo popular, parece desvanecerse conforme avanza el tiempo. La situación solo fomenta la división y un endurecimiento de posiciones. Así sólo pierden las partes y pierde el país. México no merece ese destino.

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