Recientemente, el jefe del estado mexicano terminó por delinear un sello característico de su política exterior, el de respaldar políticamente y cooperar con el régimen cubano en niveles claramente mayores en comparación con sus antecesores.

En su visita oficial a la isla del 8 de mayo, el mandatario mexicano validó la vieja muletilla del bloqueo económico, que el régimen cubano ha utilizado para justificar su fracaso económico y social. Asimismo, en la visita se anunció un acuerdo de cooperación que involucra la contratación de médicos cubanos para proporcionar servicio sanitario en México.

Por si fuera poco, condicionó su asistencia a la Cumbre de las Américas convocada por su homólogo estadounidense, a que éste último no excluya del encuentro a Cuba, Nicaragua ni a Venezuela. Presión que, viniendo de México, debilita aún más el poder de convocatoria del gobierno de Biden.

No pocos analistas especializados en México, han catalogado de estratégicas tales acciones. El argumento, más o menos compartido, es que la política exterior mexicana recupera la inteligente práctica de utilizar la relación con Cuba, como forma de contrapesar a Estados Unidos y reafirmar su autonomía frente a él. Aunque tal argumento tiene un peso relevante, en este espacio propongo una interpretación distinta que afirma que el acercamiento a Cuba es una medida contraria al interés nacional de mediano y largo plazo de nuestro país.

Efectivamente, durante la Guerra Fría la relación diplomática con Cuba fue útil para mantener una equidistancia estratégica frente a la tensión bipolar y reafirmar la autonomía frente a unos yankees agresivos e intervencionistas en el continente americano.

Sin embargo, las herramientas deben cambiar acorde al contexto. Hoy en día el mundo es otro. La bipolaridad ha sido desplazada por un mundo conectado por redes, de alta interdependencia económica y difusión del poder, en el que México mantiene una vinculación económica estructural con Estados Unidos.

De esta relación bilateral depende el bienestar y la estabilidad económica de millones de mexicanos, por lo cual resulta irracional tensar aún más la relación con Estados Unidos por el affaire cubano, con quienes los vínculos económicos son minúsculos.

Lo anterior toma mayor vigencia si tomamos en cuenta que la actual agenda bilateral con el vecino del norte está llena de desencuentros, y que la tensión diplomática con este país ha venido creciendo por acciones deliberadas de México, tales como política energética que tanta incertidumbre genera en Estados Unidos.

El espaldarazo hacia Cuba, un régimen autoritario en el que la represión política es la norma, también daña otros elementos del interés nacional; el del aseguramiento y la consolidación democrática del régimen político mexicano.

En este aspecto, la fase histórica por la que atraviesa la nación mexicana requiere, más que nunca, de una política exterior que promueva la democracia, la transparencia, el estado de derecho y la protección de derechos humanos como valores y prácticas fundamentales para el mundo entero. Se requiere una diplomacia que no titubé en condenar prácticas antidemocráticas en cualquier lugar del mundo, incluido Cuba. Esto no sólo promovería el tejido democrático en zonas estratégicas para México como Centroamérica o el Caribe, sino que, de acuerdo a la tesis del anclaje institucional, reforzaría la vigilancia y las virtuosas presiones externas sobre la democracia mexicana, erigiendo una contención adicional a los intentos domésticos de restauración autoritaria.

En ocasiones, se tiende a olvidar que el régimen autoritario del PRI se hizo de la vista gorda de los excesos del régimen de Castro, no solo para los fines antes mencionados, sino como forma de blindar a la dictadura perfecta del escrutinio internacional. ¿De verdad se quiere regresar a ese tipo de prácticas?

Finalmente, una política exterior de promoción de los valores y prácticas democráticas, le darían mayor fuerza al estado mexicano para lidiar con algunos de los grandes retos que hoy plantea la asimétrica relación con Estados Unidos y el contexto regional, como los que a continuación se señalan.

Uno, defender los derechos humanos de los migrantes mexicanos irregulares contra el discurso y las prácticas antinmigrantes en Estados Unidos. Dos, a partir de esgrimir argumentos de derechos humanos, desmontar el actual arreglo en el que México se ha convertido en dique de contención de los flujos de migrantes, incluidos de forma creciente los cubanos, que se dirigen a los Estados Unidos. Y tres, México requiere de autoridad moral para presionar con mayor efectividad a los países centroamericanos y caribeños por más estado de derecho, democracia y transparencia, antes de enviarles recursos financieros para apoyar su desarrollo y para tratar de convencer a los Estados Unidos de hacer lo propio.

Director de la licenciatura en Relaciones Internacionales UPAEP. 

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