Numerosos analistas de la política internacional, han señalado con tino que Ucrania forma parte vital para la seguridad rusa, ya que históricamente ha jugado el papel de escudo físico en contra de amenazas del exterior. De igual forma es un territorio estratégico por ciertos recursos naturales que posee.

En este aspecto, desde hace siglos, las determinantes geopolíticas han llevado a Moscú a garantizar el control sobre el territorio ucraniano. Por ejemplo, pocos años después de la instauración de la URSS, los bolcheviques incorporaron a Ucrania a su sistema.

Sin embargo, esas fuerzas geopolíticas centrípetas han colisionado también con fuerzas sociales ucranianas centrífugas que buscan el distanciamiento de Moscú. Para no dirigirnos tan atrás en el tiempo, en 1990 ya con el imperio soviético a punto de colapsar, Ucrania se declaró un país soberano. Esta declaración no sólo fue un gesto de élites, sino un acto respaldado por fuerzas nacionalistas que refrendaron en 1991, una extensa aprobación a favor de la independencia.

En subsecuentes periodos, en Ucrania se fue desarrollando una democracia ampliamente politizada por el asunto de que tan cerca o lejos posicionarse con respecto a occidente y a una Rusia en transición hacia su fase postsoviética.

En este aspecto, no es posible obviar la polémica elección de 2004 entre el pro-ruso Viktor Yanukovych y el candidato de oposición Viktor Yushchenko, que desembocó en amplias sospechas de fraude ante el triunfo del primero y en las multitudinarias protestas naranjas. Tampoco se pueden omitir los intentos del parlamento ucraniano por adherir al país a la OTAN durante la primera década del siglo XXI, intento que se montó en otra tendencia geopolítica; la del expansionismo de la alianza militar occidental hacia el este europeo y el Báltico.

La trayectoria hacia la occidentalización llegó a un punto de quiebre en 2014. Año de masivas protestas y de acciones parlamentarias contra el presidente Yanukovych, quién yendo en contra de un sentir social generalizado, canceló de tajo un acuerdo comercial con la Unión Europea, zona que es el principal destino de exportaciones del aparato productivo y referente de amplias capas sociales de Ucrania.

Los determinantes geopolíticos no se dejaron esperar y como es sabido, Rusia se anexó la estratégica península de Crimea y echó a andar una política encubierta de fortalecimiento de movimientos separatistas en la región del Donbas.

En este sentido, la agresión militar de Rusia y Ucrania que comenzó el 23 de febrero de 2022 deben contextualizarse como el resultado de esta dialéctica nutrida por una nación con poderosas tendencias a la occidentalización y por el otro lado, una Rusia que se encuentra inconforme con la expansión de occidente hacia lo que asume como su esfera exclusiva de seguridad, de la cual Ucrania es parte central.

Sin embargo, la reacción geopolítica rusa, trastoca otro nivel de análisis. Aquel donde colisionan otras determinantes geopolíticas y otras fuerzas sociales liberales más amplias.

Con la decisión de invadir Ucrania, Rusia ha desafiado directamente el arreglo geopolítico de la posguerra, de proyección estadounidense y que tiene como piedra de toque, la claudicación colectiva de transgredir las fronteras de Europa, Norteamérica y los países asiáticos occidentalizados. Es decir, Rusia ha decidido desafiar el orden internacional para darle solución definitiva a su problema geopolítico por medio de convertir Ucrania en un estado vasallo.

En Moscú saben bien que ni Estados Unidos ni los europeos pueden asumir los costos de enfrentarse militarmente contra una potencia nuclear para proteger a Ucrania. Sin embargo, éstos países están conscientes que su reacción no pude ser tan débil como para invitar a Rusia a expandir su hostilidad hacia otras geografías, o como para que otras potencias perciban que es un buen momento para satisfacer sus intereses geopolíticos y debiliten aún más el orden liberal.

Es cierto que Estados Unidos, con sus problemas internos y con una elección legislativa en puerta, se encuentra en una posición endeble para defender el orden internacional.

Sin embargo, ahora vemos reaccionar a una miríada de sociedades y de fuerzas económicas trasnacionales que aprecian el orden internacional pues florecieron gracias a la estabilidad y apertura económica creada por la arquitectura internacional de la posguerra.

Incluso, con el endurecimiento de las sanciones económicas hacia Rusia, el propio Vladimir Putin comenzará a sentir la presión de diversos sectores de su economía y sociedad cuyo desarrollo y bienestar se verá altamente trastocado por la interrupción de sus relaciones con el exterior.

¿Estas presiones serán suficientes para forzar el repliegue ruso o disuadirlos de forzar la caída de Zelensky? Difícil de saberlo.

Lo que sí es posible afirmar, es que, con todo y sus contradicciones e inequidades, el orden liberal internacional cuenta con diversos beneficiados dispuestos a defenderlo. Incluso, ese orden ha sido campo fértil para el expansionismo capitalista de China, país sobre el cual habrá que poner mucha atención en los siguientes meses.

Director académico de Relaciones Internacionales en UPAEP.

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