Ese es el dilema de gran parte de la población no sólo del país, sino del mundo. Aquellos que tenemos la fortuna de poder trabajar remotamente a través de alguna plataforma digital enfrentamos un dilema menor, lamentablemente no es el caso de la mayoría de la población que, si no realiza sus actividades in situ, simplemente no puede percibir un salario. El Gobierno enfrenta un dilema semejante: que la población siga muriendo de la enfermedad que ha postrado al mundo o que mueran miles, tal vez millones de empresas que son fuente de sustento de igual número, o más, de trabajadores. Con todo, hay una luz al final del túnel: la vacuna podría estar disponible en cuestión de semanas, pero tomará meses inocular a un porcentaje de la población suficientemente alto, para alcanzar la inmunidad de rebaño.

Hace algunas semanas tenía la esperanza de que la segunda ola en realidad no nos hubiera alcanzado, y que se tratara de un ligero repunte. Ahora es un hecho que ya nos encontramos en ella y que ahora estamos en niveles de contagios y decesos más altos que los registrados en meses previos. Desafortunadamente lo peor no ha pasado, pues se avecinan las fiestas de diciembre, navidad y año nuevo; si en eventos menores no hemos sabido guardar la respectiva distancia, en estas fechas mucho menos. A lo anterior se deben agregar tanto la llegada de las bajas temperaturas, como de la influenza estacional. En pocas palabras, nos aproximamos a la tormenta perfecta.

El segundo trimestre del año vimos las consecuencias económicas del confinamiento: una brutal caída en el nivel de actividad económica y un nivel de desempleo igualmente escandaloso. Nos encontramos en etapa de recuperación porque el confinamiento se ha reducido y se está permitiendo que muchas actividades económicas se reanuden con algunas restricciones. Pero es un hecho que la situación económica dista mucho de ser la que era antes del encierro. Volver al confinamiento podría tener nuevamente un impacto de pronóstico reservado. Muy probablemente por esa razón es que las autoridades de salud no han decretado un nuevo confinamiento.

El mundo no está mejor. Basta mirar hacia nuestro vecino del norte para darnos cuenta de que ellos mismos están viviendo su propia tragedia y que muchos Estados que conforman la federación han decidido que el confinamiento es voluntario. A pesar de ello, el daño económico ya está hecho. Situaciones semejantes vemos en Europa, donde la caída en la economía, en algunos casos, ha sido incluso mayor que en México. Así pues, la resistencia a un nuevo confinamiento no es exclusiva de México, sino del mundo entero.

Una característica de nuestro país, en contraste con los desarrollados, es que no contamos con un sistema de bienestar que proteja a las familias en situaciones catastróficas como la que estamos viviendo. Así, la ausencia de un seguro de desempleo provoca que en México, y en América Latina en general, gran parte de la población no tenga más opción que salir a campo a buscar su sustento diario, exponiéndose al contagio y con ello, a que el número de enfermos sea cada vez mayor y que las filas de los hospitales se desborden. En nuestro país ese es el dilema de gran parte de la población: morir de Covid-19 o morir de hambre.

A pesar de lo dramático de la situación el contexto es adecuado para que en el mundo entero se haga un replanteamiento del papel del Estado en la economía. El abandono de diversas actividades en pro de un libre mercado que prometió generar crecimiento económico y mayor bienestar, en gran medida nos ha traído hasta donde estamos. El genio salió de la botella, será imposible regresarlo, lo que resta es evaluar los límites de su intervención, así como los del propio mercado. El mundo cambiará al respecto y tal vez México, debido al Gobierno que tenemos, probablemente será de los que pondrá el ejemplo. Ya lo está haciendo al otorgar recursos directamente a las familias en lugar de las empresas.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón, UNAM.

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