El virus que ha azotado a la humanidad desde hace ya más de un año no da tregua. Era de esperarse que mutara y así ocurrió: y existen muchas cepas del mismo, algunos sostienen que se podrían contar por miles, pero tan semejante al original que no vale la pena considerarlos. Las variantes que han demostrado ser más contagiosas o resistentes a las vacunas son las que acaparan las primeras páginas de los periódicos del mundo. Entre ellas las variantes del Reino Unido y la Sudafricana son probablemente las más peligrosas y que forzaron al país cuna del capitalismo a un segundo confinamiento que provocó una severa contracción de su economía como no se había visto en siglos. Dada la existencia de nuevas cepas y que es altamente probable que siga mutando, no debería sorprendernos que en realidad nos encontremos como al principio de una realidad que llegó para quedarse.

De entre las vacunas que existen algunas no son del todo efectivas contra las nuevas variantes del virus. Tampoco están llegando al mundo a la velocidad requerida para terminar pronto con el confinamiento. Esto está provocando que mientras una parte de la población se inocula, el virus mute y se esparza en aquellos que no están vacunados. Eventualmente puede surgir una variante que sea inmune a las vacunas existentes. En tal caso, podríamos regresar a la etapa inicial. No sólo en nuestro país, sino en el mundo entero.

El contexto es complejo. Aunque es deporte nacional descargar nuestras culpas en terceros, en el caso de nuestro país la responsabilidad es compartida: el virus llegó a una población malnutrida, con malos hábitos alimenticios y donde la regulación es tan laxa que se permite que la industria alimentaria venda productos que, a la larga, son nocivos para la salud. En este perverso juego compartimos responsabilidad consumidores, productores y sector público. Los primeros por no tener adecuados hábitos de salud, los segundos por producir y vender artículos que dañan a la salud en su afán de lucro, el sector público por no regular adecuadamente y, probablemente, por no tener un manejo adecuado de la pandemia. El último punto es debatible: cualquiera que fuese el camino seguido habría inconformes y críticos. Definitivamente la responsabilidad es compartida.

El confinamiento nos ha traído a un perverso circulo vicioso: el confinamiento ha traído crisis económica, que trae consigo mala alimentación incremento en los problemas de salud mental, que deprime el sistema inmunológico y nos hace más propensos a contagiarnos. El mayor contagio lleva a las autoridades a extender los plazos del confinamiento que nos regresan a los problemas económicos y con ello los de salud física y mental. Lamentablemente el fin no se ve cerca.

Otro grave problema es que el confinamiento ha traído consigo el fortalecimiento de dos grandes enemigos de la naturaleza: el plástico y el unicel. Como envolturas y aislantes, su consumo se ha incrementado, particularmente al comprar alimentos sólo para llevar. Si la hipótesis que sostiene que el virus surgió por alterar los diversos hábitats del mundo es verdadera, el incremento de estos contaminantes puede ser la causa del surgimiento de nuevo virus y bacterias, que tal vez ya existen pero que están aislado por su hábitat. El uso de estos materiales se incrementó porque quienes han tenido enfermos prefieren que éstos usen platos o vasos desechables lo que nos lleva los trabajadores de la limpieza, que no pudieron descansar pese a su edad, y otras condiciones, ya que el servicio de recolección no se pudo confinar y así es como las familias de sectores económicos vulnerables enfermaron.

La posible mutación del virus hacia cepas resistentes a las vacunas es real. Esto puede provocar que el contexto que estamos viviendo se prolongue indefinidamente. Puede sonar a mala noticia, pero es mejor preverlo y prepararse para un contexto internacional adverso. La nueva realidad llegó para quedarse y acompañarnos durante muchos años. En tal contexto tenemos que seguir viviendo.

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Se hizo público el dato sobre la contracción económica de países europeos: el PIB del RU decreció 9.9%, el de Francia, 8.3; Italia, 8.8; Alemania 5% y EEUU 3.5%. En esos términos, a México no le fue peor que a varias economías desarrolladas. Una diferencia importante será el nivel de endeudamiento, pues la autodenominada 4T tiene aversión a la deuda pública, por lo que ésta prácticamente no ha crecido. En algunos meses sabremos si la medida fue acertada o no.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón, UNAM, UAEMex y UDLAP Jenkins Graduate School.

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