El sistema de transporte colectivo metro ha estado en las primeras páginas de diversos diarios de circulación nacional en los últimos días. Tirios y Troyanos apuntan sus flechas señalando que hay sabotaje o bien que hay descuido en el mantenimiento de este importante medio de transporte capitalino. Difícilmente se puede comprobar la veracidad absoluta de cualquiera de las dos hipótesis planteadas, pero se ha omitido en el debate una realidad muy dolorosa: los que nos transportamos utilizando el metro estamos pagando en especio por no pagar en dinero constante y sonante el verdadero costo de viajar por este medio. Las consecuencias están a la vista: deterioro, escaleras que no funcionan, hacinamiento, etc. Este tema ni siquiera es reciente: hace por lo menos veinte años que el metro exige a gritos un mejor precio que permita tenerlo en mejores condiciones.

El cambio climático e s una realidad. Cada vez existen menos voces que lo nieguen y casi se puede afirmar de manera conclusiva que son las actividades humanas las que lo están provocando. Así, se puede afirmar que la emisión de gases de efecto invernadero es una de las principales causas del calentamiento global. Por lo tanto, es imperativo apostar a medios de transporte masivo o no contaminante, como lo es el uso de bicicleta. Sin embargo en la CDMX hay mucho por hacer, de hecho, seguimos con la inercia de políticas de transporte del pasado donde se apostó por segundos pisos y ampliación de calles y avenidas para facilitar la circulación de vehículos. El transporte colectivo, por su parte, pareciera que fue abandonado a su suerte.

El crecimiento de la infraestructura para la circulación de vehículos automotores se acompañó de un crecimiento descomunal en los automóviles particulares. Los resultados están a la vista: congestionamientos viales por doquier, escasez de lugares para estacionarse, contaminación auditiva y del aire, estrés entre otros problemas. Si usted es un ciudadano que camina, seguramente se habrá percatado de que en no pocas ocasiones se recorren distancias cortas con mayor velocidad caminando que utilizando cualquier otro medio de transporte. Sencillamente la ciudad está congestionada por tanto vehículo.

Hace aproximadamente veinte años, en 2002, el costo del viaje en metro era de $2.00, en 2023 es de $5.00, un aparente incremento de 150% en dicho periodo de tiempo, esto es el valor nominal: no estamos considerando el incremento en precios. En el mismo 2002, el costo de viaje en el subterráneo de la Ciudad de Nueva York era de $2.00 dólares, en 2023, es de $3.00. Convirtiendo a dólares americanos el costo del viaje en el metro de la CDMX encontramos que en el primer año era de $0.22 USD mientras que en 2023 era de $0.25 USD. En pocas palabras, el precio del boleto, medido en dólares, apenas se ha incrementado en veinte años.

A finales del milenio pasado ya se documentaba en diversos medios de circulación nacional que las escaleras eléctricas de diversas estaciones del metro no funcionaban. Por las mismas fechas fue que los vidrios de puertas y ventanas de los vagones empezaron a aparecer rayados, actos vandálicos por demás sospechosos, pues este fenómeno se empezó a dar cuando el entonces PRD gobernó a la CDMX.

Al paso del tiempo diversos gobiernos han evadido la necesidad de incrementar el precio del boleto del metro. El costo, sin embargo, sigue subiendo. Al no pagar el precio en efectivo, los usuarios lo estamos pagando con hacinamiento, con malos servicios, con una supervisión pobre que permite que personal ebrios conduzca los trenes, con largos tiempos de espera entre tren y tren, con inseguridad en un medio que hace décadas era considerado como seguro. El deficiente mantenimiento y deterioro de las instalaciones no es nuevo y es multicausal. Un elemento importante es la actualización del precio del boleto. No es popular subir su precio, por eso lo han evitado, pero tampoco lo es que haya accidentes que han implicado pérdida de vidas humanas. Es tiempo de reconocer y asumir que la solución a tener un mejor transporte público necesariamente pasa por un mayor precio.

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El caso del plagio de la tesis en la FES-Aragón debe ser un fuerte llamado de atención hacia la comunidad universitaria de todo el país. En otros momentos, cuando se ha pedido cuentas a académicos por los recursos que reciben, se envuelven en el manto de la ciencia e indignados dicen que ellos no deben sujetos de escrutinio y que esto es más bien persecución política. Los académicos debemos mirarnos a nosotros mismos con ojos críticos y limpiar la casa. No hacerlo provocará que episodios parecidos al de la tesis se sigan repitiendo con el bochorno que ello implica.

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Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.