Los poderes fácticos y las élites se asociaron para combatir y derrocar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Dispusieron de mucho dinero y una cobertura mediática que, al viejo estilo del PRI, se transformaba en cadena nacional para replicar las narrativas de los partidos que representan la corrupción y la desigualdad.

En su primer asalto, fracasaron. Perdieron las elecciones. Morena se consolidó como la primera fuerza política nacional y la fuerza regional más importante; se rompió la hegemonía política del pasado.

Los partidos del viejo establishment triunfaron en algunas alcaldías y, con mucha propaganda e imaginación sin límites, pretenden equipararlos con la mayoría legislativa que no obtuvieron en la Cámara de Diputados o con alguna de las 11 gubernaturas que perdieron.

Lo cierto es que, en la Ciudad de México, Morena es la fuerza política mayoritaria. Tiene más votos que cualquier partido, gobernará a más habitantes, tendrá más diputados y el mayor número de concejales. Quien afirme lo contrario sólo expresa sus deseos, no la realidad.

La Ciudad de México es progresista, democrática, solidaria, moderna, generosa, trabajadora y multicultural. Es el lugar para el encuentro de lo diferente.

La ciudad es una construcción histórica con gran riqueza cultural de México y del mundo. Sólo con mucha ignorancia o mala fe se puede pensar en fragmentarla con clasificaciones clasistas y discriminatorias.

Es cierto que la capital está marcada por la desigualdad social, económica y territorial. Pero, oigan, eso no es culpa de Morena, tampoco de Andrés Manuel López Obrador, ni de la casualidad o de quienes viven en esta colonia o en la otra. Obedece a un patrón de desarrollo que se siguió durante casi todo el siglo XX, que concentró la inversión pública, la infraestructura y servicios en las zonas centrales de la ciudad y se olvidó del resto.

Para explicarlo mejor, mientras Milpa Alta tiene que construir un parque desde cero, Benito Juárez sólo tiene que recoger la basura, podar e iluminar. Es obvio que si el índice de desarrollo humano en un lugar es inferior al otro, no es gracias a los gobiernos panistas que, además son muy malos, invierten poco en lo esencial, mucho en propaganda, se han puesto al servicio del cártel inmobiliario y en contra de la calidad de vida de los vecinos.

Para Morena, no dejar atrás a nadie no sólo es imperativo ético, también es una política económica generadora de desarrollo y prosperidad.

La Constitución establece que las autoridades deben adoptar medidas que erradiquen las desigualdades estructurales y la pobreza, se promueva el desarrollo sustentable que permita alcanzar una justa distribución de la riqueza y del ingreso entre personas, familias, grupos sociales y ámbitos territoriales.

Preocupa el discurso de división y odio que domina en algunos alcaldes que se unen para confrontar a la ciudad y establecer muros invisibles entre las personas que aquí habitamos.

La CDMX tiene una hacienda pública unitaria y redistributiva que compensa las desigualdades y fomenta la recaudación. Proponer quedarse con los ingresos del predial y los derechos del agua exhibe un profundo desconocimiento de las finanzas públicas de la ciudad.

Pretenden regresar al reparto clientelar del presupuesto de la última Asamblea Legislativa, donde se asignaron discrecionalmente cuantiosos recursos y el PRI, PAN y PRD secuestraron el dinero destinado a la reconstrucción; no lo permitiremos.

En Morena gobernamos para todas y todos. Sin distinción social o territorial. Gobernamos para las clases altas, las medias y las bajas. Pero preferentemente, para los más pobres, que requieren más para salir adelante.

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