No: por las mujeres violadas, impunemente.

No: por las mujeres asesinadas, impunemente.

No: por los secuestrados, impunemente.

No: por los niños con cáncer sin el tratamiento al que tienen derecho, retirado por un capricho administrativo.

No: por los desaparecidos cotidianos, hombres y mujeres, cuya búsqueda únicamente la realizan sus familiares, sin apoyo de ningún tipo.

No: por los muertos del Covid-19, que pudieron salvarse con atención en tiempo y forma.

No: por las familias que dependían de las víctimas del coronavirus y que, más allá de la fatalidad, jamás recibirán apoyo alguno.

No: por los médicos y todo el personal dedicado a la salud que ha dejado de existir precisamente por exponerse a la pandemia y que buscaban remediar.

No: por el entorno familiar de ese personal de salud hoy dañado a perpetuidad.

No: por los asaltos, impunes, a personas que caminan a solas por las calles.

No: por los atracos a pequeños negocios, que nadie indaga como es su deber.

No: por los robos a casas-habitación.

No: por los damnificados de los imponderables de la naturaleza y que se quedan en el simple y llano abandono.

No: por quienes perdieron su único trabajo, por una crisis financiera que pudo evitarse.

No: por las personas que se ven en la necesidad de vender sencillas mercaderías en las calles y a quienes la ley persigue.

No: por quienes no modifican esas leyes.

No: por quienes son asaltados o muertos en el transporte público.

No: por el cierre de empresas cuyos dueños no recibieron ni siquiera auxilio fiscal para mantenerlas abiertas.

No: por quienes vivían de la existencia de esas empresas trabajando como empleados.

No: por la negativa de auspiciar la inversión extranjera en un mundo globalizado como el nuestro.

No: por colocar a títeres al frente de dependencias clave que requieren de especialistas en las muy distintas áreas del conocimiento y la administración pública.

No: por la rebatinga de puestos y prebendas del grupúsculo en el poder, que resultó ser infinitamente peor que lo peor que conocíamos y a lo que sobrevivimos.

No: por los estudiantes de todos los grados que se ven y verán obligados a abandonar el camino de la academia.

No: por la propaganda política llevada a cabo todas las mañanas, fines de semana incluidos, con recursos de todos y a favor de una sola persona.

No: por los millones invertidos a diario en una empresa petrolera que a diario pierde más que lo recibido.

No: por la destrucción de un aeropuerto que era indispensable para el funcionamiento mínimo de un país en desarrollo.

No: por la construcción de otro aeropuerto sin viabilidad de aeronavegación.

No: por la rifa de un avión que no es avión, que no se entregará a nadie y cuya imagen seguirá siendo exprimida por aquel a quien conviene.

No: por los 500 millones de pesos incautados recientemente y que de forma inexplicable no se destinaron a paliar lo inmediato sino que fueron convertidos en boletos de una lotería demencial.

No: por la negación sistemática de la realidad desde la cúpula misma de la actual clase política.

No: por usted, querido lector, que con seguridad está en cualquiera de los rubros mencionados o en otros que por meras razones de espacio ya no es posible mencionar.

No: hoy no vive México porque el país no se mantiene de cohetes y antorchas y banderas gigantescas.

No: porque la generación que nos antecedió, ni la nuestra ni la que está en crecimiento, volverá a saber qué júbilo, a pesar de los pesares, significaba gritar en esta fecha “¡Viva México, cabrones!”

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