Pues que dijo mi mamá que siempre no, que la señora Carmen Mola —narradora de cierto fuste y muy buen recibimiento entre el público lector— nomás no existe. Pero, a ver, si bajo ese nombre ha dado a conocer tres novelas que han vendido lo suyito (se habla de 400 mil ejemplares, tirando por lo bajo), ¿entonces?

Vamos a decir que la escritura por colaboración ha existido siempre. Hay ocasiones en que un autor o autora tiene una idea por desarrollar y pide auxilio de alguien más para conseguir su objetivo. Dentro del pequeño mundo literario hay muchas formas de llevar a cabo esa tarea. La más sencilla, usual e inocente, es someterse a un taller de escritura, con un coordinador solvente que sea buen crítico aunque no sea un escritor de primera línea, y trabajar ahí el proyecto literario. Los comentarios que vierten los “talleristas” y el coordinador son tomados en cuenta o no por la persona que tiene un futuro libro entre manos y ya está.

Pero hay otras maneras, vamos a llamarlas profesionales, de escribir un libro —se entiende que de ficción—. En el mercado literario anglosajón, por ejemplo, la figura del editor es fundamental. A un gran sello no se entra tan fácil con una obra terminada a menos que ya exista una gran obra publicada previamente. No es inusual que un escritor de verdad tenga armado el proyecto y un centenar de cuartillas y se lo ofrezca a un editor —en EUA esto pasa con gran frecuencia por el respaldo económico que representa—, y ahí dentro no sólo el editor en jefe sino el equipo que coordina, opinan de buena fe (recordemos que hay plata de por medio) cuáles son las mejores maneras en que el autor de las 100 páginas lleve a término su labor en, digamos, 400. El autor sigue siendo el original, quien generó la idea. Lo demás es un apoyo que la editorial brinda porque va a poner sus dólares en un mercado enormemente competitivo. Eso simplemente sucede y es legal.

Otra recurso, empleado principalmente en el mundo de habla no inglesa, es la del asesor literario. Tampoco es ilegal pero se conoce poco y hay una regla tanto escrita como no escrita en la cual quien es asesor se compromete a no revelar jamás que ha brindado su auxilio a un autor. Vamos, que hay firmas que valen mucho y precisan de publicar un libro cada año. Digamos que es un buen prosista y que gusta de la historia, de la tecnología y de los dinosaurios. Pero ni es historiador ni ingeniero ni paleontólogo. Entonces, contrata a un especialista en la materia para recibir asesoría y no embarrarla gacho. Y si además, a pesar de todo, necesita solucionar una trama, definir a uno o más personajes, encontrar el modo de balancear los capítulos y de paso que su estilo sea limpio cual mirlo, entonces contrata a un asesor literario. Es legal, se hace todo el tiempo y el autor sigue siendo el mismo, el de la idea.

La polvareda que se ha levantado en torno al más reciente premio Planeta, ganado por Carmen Mola, es igual pero de reversa: Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez, gente de escritura, crearon íntegramente a la autora de sendas novelas (La novia gitana, La red púrpura y La nena). El galardón está dotado con un millón de euros y eso influyó para salir y desvelarse como lo que son, escritores en equipo. Fue legal conforme a las bases. Y en realidad no se perdió a ninguna autora sino que se ganó a tres escritores cuya capacidad les da no sólo para escribir, sino para crear a esa mujer inexistente que tantos lectores tiene, vende tan bien y ahora será más leída que muchos otros prosistas de carne y hueso.

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