No sabemos si alguna vez Víctor Trujillo fue amigo del actual Presidente del país, pero cualquiera puede acudir a la evidencia en video de que Brozo lo arropó con la fuerza televisiva que alguna vez llegó a tener.

Hasta ahí, técnicamente, se mantuvo en la línea del decoro porque López Obrador era el candidato de muchos que creían en él, entre ellos Brozo. Además, el candidato se situaba arriba en las encuestas, no por mucho pero consistentemente arriba.

Y entonces —lástima, Margarito, diría otro de los personajes de Trujillo— el candidato, que bajó la velocidad en los últimos 5 kilómetros de aquel maratón y ya estaba dedicado a celebrar a destiempo, perdió. Y Brozo, sin sustento para apoyarlo en tanto que ya no competía para ningún puesto, hizo lo que había hecho desde siempre: humor y crítica, con todo y contra todos.

Con el paso del tiempo, al entonces candidato las derrotas empezaron a pesarle más y fue incubando una especie de odio generalizado —que hoy se manifiesta hacia todo lo que se mueva sin que él lo ordene– y, como no había de otra sopa, después de años y años en busca del poder, lo obtuvo. Ya aquello es historia, no hay modo de revertirla. Ganó porque las opciones provenían de los dos partidos que aunque mantuvieron al país en la media tabla, también realizaron movimientos erróneos. Fox logró la hombrada de derrotar al invencible PRI, pero no gobernó ni un día de su mandato, y el ex presidente Felipe Calderón hizo todo lo que estuvo a su alcance para edificar sobre un sexenio en el que la única herencia eran las múltiples ausencias de gobernanza y, desde luego, su mandato no alcanzó sino a frenar la caída y empezar una moderada recuperación. Lo que siguió también es historia juzgada.

Mientras todo eso ocurría en el mundo de la política, Trujillo y Brozo —que son dos entidades diferentes— siguieron con lo suyo. Pero aquel candidato estaba ya en la Presidencia. Y continuó con la crítica hacia el poder. Curiosamente, la forma de ejercer el poder en la actual administración se concentra en un sólo hombre quien dicta con sus “otros datos” lo que se le va ocurriendo. Las cámaras legislativas están a su servicio y si en otro ámbito algún juez osa contradecirlo, sugiere que lo investiguen, lo acosen, lo linchen en las redes sociales.

Pero ahora le tocó a Brozo. Y cuidadín porque Trujillo ha sacado la voz por él —le digo que son dos seres distintos— y lanzó una respuesta educada pero demoledora: “El punto aquí no es la configuración del personaje, sino lo que dice el payaso. Ejemplo: cuando mi payaso criticaba a Vicente Fox, los que hoy lo repudian, aplaudían; cuando mi payaso reprobaba a Calderón, los que hoy lo repudian, aplaudían; cuando se fue mi payaso contra Peña, los que hoy lo repudian, aplaudían. Hoy, cuando ese mismo payaso critica y cuestiona a Andrés Manuel, esos mismos que aplaudían alborozados hoy lo marcan con una letra escarlata y lo linchan”.

Y señaló también el enorme peligro de una administración unipersonal: “El problema en este caso, en esta situación, en esta circunstancia no es la misoginia de un payaso, sino la censura, la intolerancia y la amenaza de intentar llevarnos hacia un pensamiento único”.

Aquí su escribidor ha tenido el privilegio de entrevistar largamente a Brozo y a la Beba Galván, y ellos respondieron con su voz, su entonación, sus gestos —“señor, no fuerce la voz, esto es para prensa escrita”, le decía entonces— y a Víctor Trujillo que es un caballero íntegro, irrepetible casi. Y también su mismo escribidor tuvo encuentros casuales con aquel eterno candidato que de plano era muy otra persona.

El apoyo para Trujillo y Brozo, en sólo horas y días, ha sido enorme. No podría ser de otra forma. En el video que hizo circular el actor está la respuesta de frente: “Ustedes, como público, tienen todo el derecho de acabarme, si quieren, pero el régimen, no”.

El régimen tiene una fecha de vencimiento marcada por la Constitución. Brozo, por fortuna, no.

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