Mucho ha dado de que hablar el discurso que, con motivo de los primeros 100 días de gobierno, pronunció el miércoles pasado el presidente estadounidense Joe Biden ante el Congreso de su país. Un mensaje progresista, en el que habló entre otras cosas de los derechos de la comunidad LGTBI, los derechos de la mujer, la reforma migratoria, la reforma a la policía, el incremento de controles a la venta de armas de fuego y el sindicalismo. Pero lo que atrajo mayor atención fueron los comentarios de Biden en materia económica. El actual presidente de los Estados Unidos se erigió en defensor de las clases medias, propuso un incremento del salario mínimo, señaló que su ambicioso proyecto de infraestructura de 2 billones de dólares sería financiado por un alza de impuestos a los más ricos. Vamos, Biden cuestionó el modelo liberal que se vivía en Estados Unidos desde el gobierno de Ronald Reagan y llamó a una mayor intervención del estado en la economía, desde luego sin que ello signifique la nacionalización de empresas sino en todo caso volver a una presencia del estado como la que ya hubo antes en Estados Unidos entre los gobiernos de Franklin Delano Roosevelt y hasta el inicio del gobierno de Ronald Reagan. No en balde Biden colocó en la oficina oval un retrato de FDR, creador del New Deal.

Entre los países de grandes economías que se rigen por un sistema democrático, los hay más, o menos desiguales. En los que la desigualdad es mayor, el riesgo de que permee un discurso populista, ya sea de izquierda o de derecha, es también mayor. Para muestra están los casos de Estados Unidos, Brasil, Turquía, México y la India. Y en aquellos países en los cuales el aumento de las desigualdades ha estado aparejado de rampante corrupción gubernamental, el coctel es la preparación perfecta para que la población quiera embriagarse de populismo.

Se equivocan los opositores de los gobernantes populistas al no querer entender que el diagnóstico de este tipo de políticos suele ser correcto, prueba de ello son sus triunfos electorales. Las dislocaciones económicas que ha generado la globalización y la pésima distribución de los beneficios de la misma han llevado a que existan países ricos llenos de gente pobre, y la distancia entre la realidad de las mayorías y las políticas públicas implementadas se he vuelto inmensa. Quien a estas alturas no haya aún entendido que el triunfo electoral de los populistas no se debe al voto de millones de “pendejos”, sino a millones de personas hartas de un sistema profundamente injusto, no ha entendido nada, ni ha aprendido nada.

La oposición a los gobernantes populistas debe comenzar por hacer un diagnóstico implacable sobre el fracaso de los partidos tradicionales, que han sido omisos ante la casi nula movilidad social y la escasez de oportunidades para quienes buscan una vida de trabajo digno. Durante demasiado tiempo los partidos han creído que la vida política debía girar en torno a las elecciones, abarrotar mítines políticos y distribuir dádivas durante los periodos electorales. Este es un síntoma de una visión brutalmente errónea de la democracia que no es sostenible. El acento debe ser puesto sobre las acciones y no sobre las elecciones.

Si bien el diagnóstico de los populistas suele ser correcto, eso no implica que sus simplistas soluciones lo sean. Por el contrario, este tipo de respuestas sin fundamento, ni apego a la ciencia, ni a la vida democrática de un país, seguramente traerán consigo un deterioro aún más profundo de las condiciones de vida de la sociedad por lo que urge encontrar una vacuna contra el populismo. Dicha vacuna deberá pasar por una mayor participación ciudadana pero sobretodo por un entendimiento de las clases políticas de que más de lo mismo ya no nos sirve. Para vacunar a un país contra el populismo se requiere una oposición incluyente, que ahogue el mensaje de la división con el de la inclusión y la unión; y que entienda y atienda las causas del descontento social que llevaron a los populistas al poder.

Las elecciones intermedias de EU el año próximo servirán para saber si el antídoto de Biden contra el populismo está surtiendo efecto. Si las políticas públicas dedicadas a apoyar a las clases medias y a disminuir la desigualdad, acompañadas de un mensaje de inclusión y respeto de los derechos de las minorías, logran que al menos una parte del electorado trumpista reconsidere su voto, se habrá probado la eficacia de una posible vacuna contra el populismo.

@B_Estefan

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