Armand du Plessis, inmortalizado como uno de los más icónicos villanos por Alexander Dumas, fue el auténtico estadista de su tiempo y una de las figuras que más contribuyó a la consolidación del Estado moderno. Originalmente inclinado a la academia, un vaivén de obligaciones familiares lo llevó a asumir el obispado de Luzón, desde el cual llegó a ser el representante del clero ante los Estados Generales. Esta primera incursión en los asuntos públicos le abriría las puertas de la corte, protegido por el ministro Concino Concini y la regente Marie de Medici. Es aquí donde aprendería lo que en verdad implicaba la política, al atestiguar la trama de un aristócrata rival que provocaría la ejecución de su mentor y el arresto de la reina. Hubiera sido esto su retiro, de no ser por la rebelión que incitaría de Medici. El obispo sería la última esperanza del rey Luis XIII para dialogar con su madre.

A partir de este punto, ya investido con los títulos de cardenal y ministro en jefe, Richelieu sería el encargado de facto del gobierno. Las múltiples crisis a las que se enfrentaría con éxito son una fuente de aprendizaje para todo político o aspirante a serlo. Dejo, a continuación, una lista con algunas de las lecciones más importantes que legó.

I. La información es un arma: Si algo caracterizó su ascenso, fue que sus rivales poco o nada sospechaban de la influencia que estaba adquiriendo. Cuando su otrora aliada, Marie de Medici, quiso conspirar en su contra, la acciones que ejecutó fueron de suma discreción, ganando el favor del rey. El complejo sistema con el cual el clérigo acumuló secretos, reservando los propios, le permitió vencer a una de las más grandes conspiradoras de su era.

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II. Ganar batallas previniéndolas: La estabilidad de Francia estaba a merced de los constantes conflictos con los señores feudales. Su decisión de destruir todos los castillos fortificados tomó por sorpresa a los nobles y les quitó su principal medio de defensa. La consecuencia de esta medida fue la centralización de la fuerza militar en la corona, transformando gradualmente el territorio en un temprano Estado nación en vez de una amalgama de feudos.

III. Las amistades son siempre relativas: Sería fácil, incluso lógico, pensar que la filiación eclesiástica de Richelieu lo haría priorizar los intereses de la Santa Sede; no obstante, al notar las ambiciones de España en los Países Bajos, no dudó en apoyar a la facción protestante, oponiéndose al Papa de manera abierta. Esto le costó la animadversión de Urbano VIII, pero a cambio Francia se posicionó como una de las naciones más influyentes.

IV. Los enemigos pueden ser los mejores aliados: Aunque a “su eminencia roja” no le pesaba el mandar a ejecutar a disidentes, quizás una de sus mayores virtudes fue el saber anteponer sus rencores. Ejemplo eminente de esto fue el cómo lidió con Henri II, líder militar de los protestantes. Al derrotarlo, Richelieu encontró que su rival podía serle útil como comandante, y este le sirvió efectivamente.

V. La cultura es parte de la razón de Estado: Una nación unificada requiere de una cultura en común. Esto lo entendió el cardenal más allá de sus gustos personales. Con la fundación de la Academia Francesa, la corona obtuvo un órgano que unificara el lenguaje, a la vez que extendiera la influencia del reino sin el uso de la violencia. El que el francés se convirtiera en la “lingua franca” del arte y la educación en años subsecuentes es muestra de la proyección que una gestión cultural seria puede tener para un país.

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