Al cotilleo que generó el frustrado romance entre Lupe Marín y Juan José Domenchina, que sacudió las notas de prensa de principios de 1940, y el cual Elena Poniatowska olvidó en Dos veces única, su novela sobre la tapatía, se sumaron las burlas a su trabajo. Lorenzo Varela destazó su Poesía escogida. Señaló que sus versos tenían olor a cadáver, que eran exageradas sus imágenes eróticas y que no deberían exhibirse de esa manera. Además, lo tildó de intrincado y de profesar un barroquismo tardío: “Hemos escogido el fruto acibarado, serótino del señor Domenchina, para dar una muestra pulquérrima de su frontispicio peyorativo estricto”.

Andrés Henestrosa se encargó de la Antología de la poesía española contemporánea, otro libro de Domenchina. Para el oaxaqueño, “una antología puede estar equivocada, puede no gustar, puede oponerse a todos los criterios válidos para formarla, pero ha de estar presente en sus páginas una emoción de justicia. De rectitud. Ésta que nos ocupa está formada con el deliberado propósito de errar, de agredir a los enemigos, contra quienes no hay argumento que un mejor libro, un mejor poema”.

El madrileño preparó su venganza con cuidado: primero, le dirigió una carta pública a Alfonso Reyes, estoico árbitro de las disputas entre los españoles, donde denunció que Varela era un instrumento de oscuros intereses; luego, se valió del apoyo, entre otros, de Martín Luis Guzmán, y para octubre de 1940 logró la expulsión de sus malquerientes de Romance, espacio dedicado a las colaboraciones de los exiliados.

La salida de Varela, “le abrió, en sus carnes desgarradas, una nueva herida. Aún más sangrienta si nos damos cuenta de que esta revista se utilizará ocasionalmente para descalificarlo y difamarlo”. Según sus biógrafos, “Lorenzo lo considerará durante el resto de sus días como un robo, un crimen atroz que atribuye a estos dos hombres: Martín Luis Guzmán y Juan José Domenchina”. Por último, aprovechando el campo abierto que le “dejaban” sus rivales, Domenchina dio una honda estocada con unos en versos al puro estilo quevedesco: “Mira: los poetisos / notorios, endulzando su amargura / con helénicos frisos, / razonan su postura, / de espaldas a la luz, contra natura. […] / Abortos de lechuza / y grajo, homúnculos de sacristía, / robaron con su alcuza / el aceite que ardía / en el templo español de la agonía”.

Ante tal golpe, la pluma iracunda de Varela no perdió tiempo en contestarle en el mismo tenor barroco tachándolo de cornudo: “Invoco el noble Tauro / Al encendido Otón y despojado, / para ponerte el lauro / feliz del sosegado, / que Capricornio otorga a su ganado”.

De este cruel pitorreo que involucraba a Ernestina de Champourcin, fueron cómplices tanto Bergamín como Neruda. Nuevamente es el pobre Reyes quien tiene que apaciguar los ánimos: “Domenchina por teléfono me corta la cena en el restaurante, donde en mala hora le dijeron que estaba. Tengo que ir a calmarlo. Exasperado ante vilezas contra su esposa que firma Lorenzo Varela en unos versos hechos entre él, Bergamín, Neruda y demás muchachos sus enemigos, que por desgracia han perdido toda noción de los respetos humanos. Duro trance. Temo haga una barbaridad Domenchina, aunque sólo lo dejé tras obtener su palabra de honor de no hacerla”.

Al paso del tiempo, nuevas disputas y protagonistas dejaron en el olvido a Domenchina. Él contribuyó con su progresivo aislamiento. Max Aub lo recuerda en una curiosa entrada de su diario: “Los Domenchina no asistieron a la boda de Carmen Masip —siendo amigos íntimos de sus padres— por tratarse exclusivamente de un matrimonio civil. ¡Dios! De piedra, de acero, de cristal de roca se vuelve uno. ¿Cómo es posible? Dejando aparte que más les hubiese valido no haber vivido conjuntamente sin la bendición sacerdotal. ¿Adónde puede llevar la intolerancia? ¿Qué les va ni les viene? ¡Ay, mochos! ¡Ay, Domenchina, quién te vio y te ve! Me da risa. Y tristeza”.

No hay constancia de reconciliación entre Domenchina y los intelectuales ofendidos. En las entrevistas que concedió Champourcin al regresar a España tras la muerte de su esposo, es parca al hablar de los compañeros del exilio, aunque en una carta reconoció lo difíciles que fueron sus años mexicanos.

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