Mientras que Bernard Pivot y James Lipton popularizaron el formato del cuestionario Proust en la televisión, la prensa escrita ya se había apropiado del formulario como un método para obtener respuestas de los entrevistados que causaran interés. Así, fue casi inmediata su difusión por Europa continental, empezando curiosamente con los mismos países donde el álbum de confesión victoriano había tenido éxito.
En los 60, la revista “Rave” aplicaba el cuestionario a estrellas de rock, buscando, entre líneas que lo contestaran de maneras sarcásticas. El ejercicio se acompañaba de una cápsula de psicoanálisis pop, donde un columnista analizaba su personalidad a partir de sus confesiones.
Para los 80, el formato fue adoptado por medios impresos masivos como el “Frankfurt Allgemeine Zeitung” y el “Sunday Correspondent”, pero la versión más icónica habría de empezar su publicación en 1993 en “Vanity Fair”, de mano del editor Graydon Carter. La propuesta inicial fue recibida con escepticismo por parte de la mesa directiva; no obstante, la eficiencia y bajo costo de hacer el cuestionario, le dio a Carter un voto de confianza para iniciar. En sus palabras, el proceso fue así: “al principio llamamos a la sección ‘Estudio Social’ y se llevaba a cabo por vía telefónica como una entrevista con Nell Scovell. Cuatro años más tarde, la rebautizamos […], y pronto la mayoría […] nos enviaban sus respuestas por fax y, eventualmente, por correo electrónico”.
Ilustrado con el inconfundible estilo del caricaturista Robert Risko, el cuestionario se convertiría en una parte esencial de la revista. Un espacio donde se invita a grandes celebridades a ser ingeniosos y brutalmente honestos. Más allá de chismes o morbo, las entrevistas de “Vanity Fair” usualmente revelan aspectos profundos de los participantes, el deseo de aprobación, la imposibilidad de mantener relaciones estables o la desazón de no poder vivir una vida anónima, son tópicos que aparecen de modo constante.
Ejemplo de esto puede ser Little Richard: “―¿Cuál es su gran pesar? ―Que no me mudé al campo cuando era más joven. Cuando me hice famoso me trasladé a Los Ángeles con mi familia. ―¿Cuándo y dónde fue más feliz? ―En Macon, Georgia, durante mi infancia. Conocía a todo el mundo, era como si todo el pueblo fuese tu familia. Allí me sentía completo”.
Igualmente memorables han sido las instancias en las que los interlocutores respondieron con hilaridad. Un caso definitorio fueron las respuestas de la humorista Fran Lebowitz, quien se limitó a contestar cada pregunta con una sola palabra: “―¿Cuál es su idea de felicidad? ―Silencio. ―¿Cuál es su gran miedo? ―Ruido. ―Si muriese y se reencarnase en una persona o cosa, ¿qué cree que sería? ―Cosa. ―¿Cuál es su bien más preciado? ―Inglés. ―¿Cuál es para usted la máxima expresión de la miseria? ―Francés. ―¿Cómo le gustaría morir? ―Vindicada”.
Otro momento de mucha acidez fue con el locutor Howard Stern: “―¿Cuál es su pasatiempo favorito? ―Trabajador social. Me muero por ayudar a desgraciados sin oficio ni beneficio y sin ningún tipo de esperanza en la vida. No lo sé, supongo que, en el fondo, soy un tipo sensible”.
En su retrospectiva a la sección, Carter encuentra algo muy actual en el cuestionario ante el surgimiento de las redes sociales. La necesidad de expresar intimidades en formatos rápidos y digeribles hace que un formato que empezó como un divertimento previo a la radio y la televisión, encuentre un lugar muy cómodo en la vorágine de mensajes breves de la que se compone el Internet.