Este domingo 10 de diciembre finalmente tomó posesión Javier Milei como presidente de Argentina. De su primer discurso, la frase de ¡No hay plata! fue la que más titulares acaparó, y no es porque los argentinos y el mundo se sorprendieran de la realidad de la economía del país, sino porque escuchar la verdad es una estrategia inusual para la mayoría de los políticos latinoamericanos.

Debo aclarar que esta no es una columna a favor de Javier Milei. En general, he sido bastante crítica de todos los populismos y extremos del llamado “espectro ideológico”, pero también del mal gusto de varios políticos, incluso presidentes latinoamericanos que les da por opinar sobre los candidatos de otros estados y denostar la soberanía de sus ciudadanos. Lo que busco es reflexionar sobre cómo la crudeza del discurso de Javier Milei ha sido bien recibida por una buena parte de los argentinos a pesar del impacto social y económico que esta realidad significa.

Es cierto que aún no se ha visto la capacidad de gestión del nuevo presidente, que falta mucho para evaluar su desempeño y que la viabilidad de varios de sus proyectos está en duda; también es cierto que algunas cifras y aseveraciones que ha hecho son exageradas o inexactas, pero lo que llama la atención es que Milei ha tomado posesión asumiendo que las cosas no solo no mejorarán en lo inmediato, sino que, de hecho, van a empeorar y, aun así, buena parte de los argentinos agradece saber la verdad sobre su futuro, por más negro que este sea. La mayoría de los electores no votó por La Libertad Avanza, sino por el cambio, y es que, al igual que la mayoría de los latinoamericanos, están cansados de los políticos tradicionales, de las pugnas por el poder disfrazadas de categorías ideológicas que ya nadie comprende, de la corrupción endógena de los gobiernos, de los “otros datos”, de las falsas promesas de las campañas, de la inoperancia de los gobiernos y, por lo tanto, del incremento de las brechas económicas y del deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos.

Los argentinos recibieron al nuevo gobierno con una devaluación inmediata del 54%. Sin embargo, una buena parte de ellos aceptó de buena manera las declaraciones de su presidente y las drásticas medidas implementadas por su gobierno, pues agradecen que se les hable con la verdad, a pesar de que esta describa un crítico futuro inmediato.

Para los políticos hoy en día, la mentira y manipulación de la realidad son la estrategia política con la que más se identifican. Les acomoda prometer crecimientos que ni los países europeos alcanzan, reducciones mágicas de la pobreza y futuros paradisiacos en tiempos récord, tratando con total falta de respeto a sus electores y entusiasmándolos con cambios utópicos.

Así las cosas, decir con franqueza lo que es evidente es un acto disruptivo, es un “notición” y las mentiras ya no son señaladas, y es que son tan comunes que no merecen un titular. Pero no nos equivoquemos, Milei no es un ejemplo. Mi reflexión es que son los ciudadanos quienes han asumido con responsabilidad el precio de la verdad, que a costa de dolor han exigido lo que todos queremos, pero también debemos exigir transparencia sobre nuestra realidad.

México y varios países latinoamericanos tendremos elecciones el próximo año y los invito a reflexionar sobre nuestros candidatos y sus propuestas, a luchar y a escuchar a nuestros políticos con esta canción de fondo del gran Joaquín Sabina: “que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentiras, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena, que no te compren por menos de nada…”.

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