De pronto, el jueves 29 de junio a plena luz del día, Hipólito Mora, uno de los fundadores de las autodefensas en Michoacán, fue emboscado y asesinado en La Ruana, el pueblo donde nació, a unos metros de su casa y de un destacamento militar. Como ocurre en la Tierra Caliente, los grupos criminales siguen actuando con total impunidad en distintos puntos del país y la presencia de fuerzas federales y estatales es meramente testimonial.

La camioneta blindada en la que viajaba recibió una lluvia de tiros, alrededor de mil, disparados por un comando de sicarios; ya muerto fue calcinado con los tres policías asignados para su protección.

Han transcurrido cinco años de este gobierno (porque desde el día de su triunfo, Peña Nieto le rindió la plaza), cinco años desde que impuso su estrategia de “abrazos, no balazos” que pareció decirle a los delincuentes que no tenían de qué preocuparse porque este gobierno no los enfrentaría, y ante a estos hechos, López Obrador tiene la impudicia de culpar a los gobiernos anteriores: dice que lo ocurrido es un remanente de la violencia que generó la guerra de Calderón contra los narcos. No, el crimen de Hipólito Mora no se agrega a la cuenta de Calderón, es uno más de los muertos de López Obrador.

En los últimos años, Michoacán ha sufrido la brutalidad de distintas bandas criminales: La Familia Michoacana, Los Zetas y Los Caballeros Templarios que los extorsionaban, secuestraban y violaban a sus mujeres, a sus niñas y adolescentes, hoy Los Viagra mantienen su dominio sobre La Ruana y otras poblaciones de la Tierra Caliente.

La operación para asesinar a Hipólito Mora implicó el desplazamiento, sin el menor obstáculo, de un comando de más de veinticinco sicarios. Durante el atentado, la ausencia de integrantes de la Guardia Nacional y del Ejército, pareció deliberada, según denunció Guadalupe Mora, hermano del líder asesinado.

El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla tiene el descaro de admitir que le habían pedido a Mora que se refugiara en Morelia, reconociendo implícitamente que en La Ruana mandan los criminales.

El padre Goyo (Gregorio López Gerónimo) ha denunciado el control del estado por la delincuencia, al tiempo que responsabiliza al gobernador del crimen: “Aquí se necesitan muchos huevos, pero a usted le faltan”, y el domingo, durante su homilía, el obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascensio García, preguntó por qué en vez de un jolgorio en pleno Zócalo de la Ciudad de México para celebrar el quinto aniversario de su triunfo, el presidente no propuso un día de luto, de duelo, por tantos mexicanos asesinados durante su gobierno.

Amenazado de muerte, Hipólito Mora solo pedía que su muerte no fuera en vano. Por desgracia, la suya es otra muerte sin sentido, porque mientras los criminales imponen su ley, el gobierno renuncia a la mayor de sus responsabilidades y la sociedad está en el desamparo.

¿Se impondrá el miedo en las comunidades sujetas a la extorsión o volverán a tomar las armas ante la pasividad, la cobardía y la complicidad de las autoridades? Pobre Michoacán. Pobre México.

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