Esta semana trajo una buena noticia. De acuerdo a datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), la percepción de inseguridad disminuyó en las ciudades del país en el primer trimestre de 2021.

El ejercicio estadístico, realizado cada tres meses por el INEGI, mostró que 66.4% de los habitantes adultos de los 70 principales centros urbanos de México se siente inseguro en su ciudad. Esto, por supuesto, es un número muy elevado, pero es ciertamente mejor que el 68.1% registrado en diciembre pasado y al 73.4% de marzo de 2020. De hecho, se trata de la cifra más baja desde que empezó la medición en 2013.

Esta mejoría en la percepción de inseguridad ocurre en un alto número de zonas urbanas distribuidas en buena parte del territorio. En algunas, el cambio es realmente notable. En Piedras Negras, Coahuila, por ejemplo, la percepción de inseguridad disminuyó 13 puntos porcentuales entre diciembre y marzo. En Tampico, Tamaulipas, la caída fue de 12 puntos. En Atizapán, Estado de México, el indicador disminuyó 9 puntos porcentuales.

¿A qué se debe este fenómeno? A un hecho que parece ya incontrovertible: en un número importante de categorías, la incidencia delictiva disminuyó en el último año. En esta ocasión, la ENSU no incluyó preguntas sobre victimización, pero las dos últimas mediciones mostraban que, a lo largo del año pasado, la proporción de hogares con al menos un integrante que hubiese sido víctima de al menos un delito en el semestre previo había pasado de un tercio a una quinta parte.

¿Qué pasó en 2020 que pudiera producir una caída tan pronunciada en el número de delitos? Pues la pandemia y todo lo que trajo aparejado: las medidas de distanciamiento social, la reducción de la movilidad y el colapso de la actividad económica.

Menos gente en la calle equivale a menos robos a transeúntes o asaltos en el transporte público. Más gente confinada en sus viviendas se traduce en menos robos a casa habitación. Y ese es el tipo de delitos que, al ser más cotidianos y más frecuentes, tienden a impactar más en la percepción de inseguridad.

Añádase a lo anterior que la percepción tiende a ser un indicador rezagado. Muestra menos lo que está pasando ahora y más lo que pasó hace seis meses o un año. Entonces el asunto cuadra: la gente se siente más segura porque se han registrado menos delitos en su entorno cotidiano en los últimos doce meses.

¿Está caída es sostenible? Hace seis meses, me incliné públicamente por el no. Suponía en ese momento que la gradual normalización de nuestra vida social y económica llevaría a un disparo de la actividad delictiva hasta regresar a sus niveles habituales. Con ello, la percepción de inseguridad repuntaría hasta dónde estaba antes de la pandemia.

Hoy no estoy tan seguro. Es posible que la pandemia deje cambios económicos y sociales perdurables. Tal vez nunca haya un regreso masivo a las oficinas. Tal vez una parte considerable de la población se quede en modalidades de teletrabajo. Tal vez una porción no menor del comercio se haya mudado en definitiva hacia el mundo virtual.

Si ese es el caso, es posible que los patrones de actividad delictiva no regresen a la situación que prevalecía antes de la pandemia. Seguiría habiendo mucho delito, pero este se concentraría menos en las calles.

En ese escenario, la reducción en la percepción de inseguridad podría ser duradera. Eso, como sea, sería buena noticia.

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