En su conferencia mañanera de ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador respondió a una serie de cuestionamientos de John Holman, corresponsal de Al Jazeera en México, sobre las agresiones a periodistas.

El intercambio es profundamente revelador y merece citarse in extenso:

“HOLMAN: Quería preguntarle, en el caso de Margarito, Lourdes, los colegas de Tijuana, tanto como estos otros periodistas que van solos buscando justicia, ¿qué va a hacer su administración para facilitar que se pare la impunidad de los casos, los asesinatos de periodistas?

PRESIDENTE ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR (AMLO): Te contesto de manera categórica: no hay impunidad y, si tú opinas lo contrario, me lo pruebas.

HOLMAN: El caso del alcalde prófugo, siete años buscando justicia en este caso, que no se ha sido capturado.

AMLO: Ah, sí, hubo casos…

HOLMAN: Margarito y Lourdes, los periodistas de Tijuana dicen que…

AMLO: Aquí en el caso de Margarito hay 10 detenidos.

INTERLOCUTOR: Lo importante aquí, como sabemos, es siempre el autor intelectual. Puede haber arrestos...

AMLO: Ah, no, pero no está cerrada la investigación. Pero antes sucedía lo que tú piensas que sucede ahora; ya no es así, porque no somos lo mismo.

HOLMAN: ¿Qué acciones está tomando para hacerle frente, para terminar con esta impunidad?

AMLO: Pues estas acciones. Mira, esto fue 10 de enero del 22; 17 de enero del 22, 10 detenidos; María de Lourdes Maldonado, 23 de enero, también en Tijuana, tres detenidos, está abierta la investigación; Heber Fernández López, Salina Cruz, dos detenidos; Juan Carlos Muñiz, Fresnillo, un detenido, esto no pasaba antes; Luis Enrique Ramírez Ramo, Culiacán, se acaba de detener a dos personas”.

Tomada literalmente, la respuesta del presidente al cuestionamiento inicial —“no hay impunidad”— es absurda. Basta con que haya un caso irresuelto o un perpetrador que siga libre o un proceso inconcluso para concluir que hay impunidad. Se puede discutir cuánta impunidad persiste o si ha disminuido con respecto a años anteriores, pero no sobre la existencia del fenómeno. Eso es un disparate desde cualquier definición habitual de impunidad.

Pero aquí hay que entender —y eso lo revela el intercambio con Holman— que el presidente opera desde una inusual concepción del fenómeno. Desde su perspectiva, la impunidad se acaba en el momento en el que a) se expresa la voluntad de investigar y b) se detienen a algunos posibles agresores. Es decir, con buenas intenciones y prisión preventiva, se puede decir que ya no hay impunidad.

Esto, por supuesto, obvia la larguísima tradición de incompetencia de las fiscalías. Muchos de los fiascos de nuestra procuración de justicia provienen más de la ineptitud que de la complicidad.

Si el voluntarismo judicial es malo, la identificación de una simple detención con el fin de la impunidad es mucho peor. Pasa por alto la larga historia de acusaciones falsas en nuestro sistema de justicia. Detener a un presunto implicado en el asesinato de un periodista debería de ser apenas un tímido primer paso en el combate a la impunidad. Luego hay que probar la acusación frente a un juez y sujeto a reglas de debido proceso para que eventualmente se dicte una sentencia condenatoria. Y luego hacer lo propio con todos los involucrados. Solo entonces se puede decir que el delito no quedó impune.

Pero si el presidente afirma que ya no hay impunidad porque hay algunas personas en prisión preventiva, está casi justificando que las policías y las fiscalías detengan a quien puedan para cerrar el asunto.

Peligrosa teoría.

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