A pesar de no encontrarse a menudo en las guías de viajero, la Biblioteca del Congreso es, sin duda, uno de los recintos más impresionantes de Estados Unidos. Este espacio fue concebido por los fundadores de la nación, quienes solían ser ávidos lectores. Muchos de ellos fueron terratenientes que tenían acceso a la educación y a los pocos libros que yacían en las antiguas trece colonias. Si bien los colonos de Norteamérica rechazaron el abuso de poder y los excesos de la corona británica, no lo hicieron así con la herencia cultural occidental. Vale decir que las bases fundacionales de los Estados Unidos descansan, en gran medida, en el respeto y admiración por los clásicos, tal como puede apreciarse en sus principales construcciones y monumentos.

De esta forma, aun con la independencia, la naciente clase política americana tuvo el gran deseo de adquirir los textos literarios más relevantes de la época y de replicar el modelo de las bibliotecas europeas. En 1800, cuando se decidió establecer la ciudad de Washington como la capital permanente de Estados Unidos, finalmente se asignó una partida presupuestal para comprar libros propios que estuvieran al servicio de los legisladores en su sede, el Capitolio.

Un par de años después, durante el periodo presidencial de Thomas Jefferson, la biblioteca empezó a cobrar una estructura sofisticada, con nuevas reglas de operación, y se convirtió en un proyecto con supervisión del más alto nivel. Vale la pena mencionar que Jefferson era un asiduo lector y que, para entonces, probablemente contaba con una de las mejores bibliotecas privadas de todo el territorio americano.

La biblioteca comenzó a crecer, hasta que, durante la invasión inglesa en 1814, el Capitolio fue incendiado junto con otros edificios de Washington, por lo que el primer acervo quedó prácticamente destruido (en aquel tiempo contaba con apenas tres mil volúmenes). Esta noticia debió conmocionar particularmente a Jefferson, quien, para retomar un proyecto de tal envergadura, decidió vender su biblioteca personal al Congreso.

Me he preguntado en diversas ocasiones por qué Jefferson vendió sus libros en lugar de donarlos. En una ocasión consulté con un historiador de la biblioteca al respecto, y su respuesta fue que la cantidad por la que estos libros se vendieron fue prácticamente irrisoria, y que se hizo así únicamente para asignarles un valor general: Jefferson vendió aproximadamente seis mil 500 libros por 23 mil 950 dólares. La biblioteca continuó expandiéndose a lo largo de las décadas; sin embargo, sería un incendio ahora involuntario, ocurrido en 1850, lo que acabaría nuevamente con gran parte de la colección de la Biblioteca del Congreso, incluyendo dos terceras partes de la colección de Jefferson.

Ya para la segunda mitad del siglo XIX, un nuevo bibliotecario, Ainsworth Rand Spofford, ambicionaba una biblioteca que no se limitara solo al servicio de los poderes del Estado, sino que representara un espacio cultural de acceso público. Después de un intenso cabildeo para buscar recursos adicionales, fue posible construir un nuevo edificio separado del Capitolio, que se inauguró en 1897. La nueva sede de la biblioteca, de estilo renacentista, fue decorada con murales y esculturas alegóricas en honor a las bellas artes y las ciencias, así como con una sala de lectura principal de belleza inigualable. Además de ser una joya arquitectónica, este edificio centralizó las oficinas de derechos de autor de los Estados Unidos, por lo que prácticamente cualquier publicación debía ser registrada en la biblioteca, que al mismo tiempo guardaba una copia. Con ello, se garantizaría el resguardo de todo lo que se publicaba en el país.

Hacia principios del siglo XX, fue necesario construir un anexo al edificio original. Más tarde, el presidente Theodore Roosevelt emitió una orden ejecutiva que transfirió a la biblioteca importantes documentos históricos que habían sido resguardados por el Departamento de Estado. En esta colección se encontraban legajos personales de personajes como George Washington, Alexander Hamilton, Benjamín Franklin, entre otros.

Para 1970, la Biblioteca del Congreso ya se había convertido en un espacio de referencia indiscutible a nivel internacional. Por ello, fue necesaria la construcción de un tercer edificio que, junto con los dos primeros, formaría el complejo estructural que hoy en día alberga la Biblioteca del Congreso. Cada edificio recibió el nombre de un expresidente: el original fue denominado “Thomas Jefferson”; el segundo, “John Adams”, y el tercero, “James Madison”.

Hoy en día, la Biblioteca del Congreso es considerada la mayor biblioteca del mundo, con alrededor de 170 millones de artículos, entre los que destacan 38 millones de libros. Algunos de los documentos de gran valor que se encuentran en ella son una tabla cuneiforme que data del 2040 a.C., una de las tres copias completas de la Biblia de Gutenberg, el primer libro impreso en el actual territorio de Estados Unidos, un mapa de 1507 conocido como el “Acta de nacimiento de América”, pues es la primera vez que nuestro continente es descrito con este nombre, la colección Jay I. Kislak, con diversos objetos prehispánicos, entre muchas otras esculturas, fotografías y materiales en general.

La biblioteca, además, hace un gran esfuerzo de preservación documental y mantiene, por ejemplo, un equipo que busca constantemente adquirir, en las mismas ediciones, los libros que se perdieron de la colección original de Thomas Jefferson. Asimismo, cuenta con oficinas en diferentes países del mundo para enriquecer el catálogo con documentos de otras culturas e idiomas.

Carla Hayden, la actual bibliotecaria, fue nombrada en 2016 por el presidente Obama, lo que la convirtió en la primera mujer y en la primera persona de origen afroamericano en este puesto. En conclusión, esta biblioteca es un gran ejemplo de preservación de la memoria histórica universal y, al mismo tiempo, un gran recurso de investigación académica, puesto que sus documentos pueden ser consultados gratuitamente en el repositorio digital. Es, por lo tanto, un recinto que resulta imprescindible al visitar la capital de los Estados Unidos.

*Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor y no representan a ninguna de las organizaciones en las que él labore o participe.

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