En algunos países de América Latina, a la lectura de que el virus tiene un origen exógeno, le sucede el argumento de que, en consecuencia, es un virus de ricos, de los que viajaron a Europa o a Estados Unidos de América (EUA). Es una lectura peligrosamente sesgada, que plantea como invulnerables a segmentos populares. Los vídeos que circulan en las redes en ese sentido son elocuentes.

Hay otra narrativa, que con matices circula en carril contrario: se trata de un virus democrático, porque toca a todos (A. Mbembe afirma que “La pandemia democratiza el poder de matar”). El argumento se ejemplifica con la aristocracia y el primer ministro británicos contagiados. Sigamos textualmente lo anotado por el presidente de Perú, Martín Vizcarra: "Hay gente que cree que por su nivel económico no tiene que acatar las normas. El virus es democrático, afecta por igual a todos".

Es una lectura particular de la democracia, una expresión para llamar la atención periodística. Si bien su alcance es amplio, su impacto es marcadamente diferente, sobre todo si introducimos lo social, tomando distancia de ver a la pandemia como un hecho biológico, recordando como señalaba de Breton que “La medicina y la biología proponen un discurso sobre el cuerpo humano en apariencia irrefutable, culturalmente legítimo”. Así, frente a este discurso logocéntrico, la Asociación Latinoamericana de Medicina Social y Salud Colectiva (ALAMES frente a la Pandemia COVID 19) subraya que es una crisis del capital, en las dimensiones económica y sanitaria (abandono del Estado por más de 25 años de los campos de la salud, la educación, el equipamiento colectivo, la salud y el trabajo como mercancías), con desembocaduras negativas que hoy están a la vista en las calles, en los hospitales, en el encadenamiento en los hogares –aunque algunos no pueden permanecer en casa, pues están encadenados a conseguir el sustento cotidiano-.

Detengámonos en la ciudad de México, para ejemplificar parte de lo que acontece, bajo la premisa que planteaba M. Castells de que la ciudad es la materialización de la sociedad en el espacio. Utilizamos para ello información del Instituto de Estadística y Geografía procesada por el Consejo Nacional de Población –información censal de 2015 (las condiciones estructurales no se han modificado, por ello podemos alargar sus alcances a nuestro tiempo).

En 2015, la alcaldía Benito Juárez (BJ) tenía 417,416 habitantes, que corresponde al 4.68% de la población de la Ciudad de México; por su parte, la alcaldía Iztapalapa (Iz), llegaba al millón 827,868 personas, que en porcentajes significa el 20.49%. Ambas alcaldías se sitúan en la entidad federativa con los índices más bajos de marginación a nivel nacional. Sin embargo, entre ambas hay una distancia significativa. Mientras en BJ el analfabetismo alcanzaba el 0,67%, en Iz llegaba al 1,82%. Si este dato es significativo, al revisar el porcentaje de personas de 15 años o más sin primaria concluida, la información es aún más contundente: en BJ llega al 2,49, en tanto en Iz alcanza el 8,1%.Otros tres datos claves, para reflexionar la relación de esta condición urbana con el Covid-19, son los que aluden al % de ocupantes sin agua entubada, que en BJ llega al 0,01 y en Iz al 0,86% (simplemente unos podrán lavarse más frecuentemente las manos que otros).

Pero en el porcentaje de viviendas con algún nivel de hacinamiento, mientras que en la BJ se encuentra por debajo del 10% (7,28), en Iz llega al 24,07%. Es decir, de cada 100 viviendas 24 están en condición de hacinamiento. Finalmente, en lo que refiere a la situación de ingresos, en Iz el 34,04% llega a alcanzar hasta dos salarios mínimos (con todas las insuficiencias en su medición, en relación a que no considera el paso de lo crudo a lo cocido en la producción de alimentos, p.ej.), mientras que en BJ el porcentaje llega al 12,67%, es decir casi tres veces menos.

En la condición urbana descrita, por la concentración poblacional, la sana distancia dentro de la casa y a nivel comunitario (en BJ un mayor número de edificaciones verticales, en comparación de Iz) es más difícil que se mantengan. Agreguemos a esto que en la alcaldía de Iz una franja poblacional está en condición económica desvalida –en condiciones de informalidad, es decir, que viven al día-, que articulando el conjunto de indicadores que conforman el índice de marginación, permiten suponer una condición nutriente más degradada, frente a otras condiciones sociales.

Yendo al plano general, sistemáticamente en las conferencias diarias encabezadas por el subsecretario de Salud López-Gatell, se plantea el conjunto de dimensiones que agudizan el impacto del virus: la edad, la hipertensión, la diabetes, la obesidad, el tabaquismo, como las principales. A la pregunta expresa de un periodista, sobre la ponderación de la desnutrición en el fenómeno, López-Gatell fue enfático, al señalar que es un factor fundamental. Sin embargo, a pesar del discurso claro, en la construcción del dato no se incorpora como un factor de riesgo, lo que deja al discurso sanitario oficial en un asunto biológico.

La ALAMES ha señalado el papel de lo social, y la responsabilidad del capital como forma de relación social hegemónica en nuestro país. Inspirados en el documento de la ALAMES, ejemplifiquemos: en 2013, subieron 19% las ganancias de tres grandes refresqueras que cotizan en bolsa. Jugando leamos los datos al revés, en una feliz articulación para las refresqueras: 91% de los padres fomentan el consumo de refrescos en sus hijos. Los resultados: 163 litros por persona al año. Así lo revelaba la Encuesta Nacional sobre Obesidad realizada por la Alianza por la Salud Alimentaria. Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en el Hogar 2010, se encontró que los refrescos son el tercer bien en el cual realizan mayor gasto los mexicanos promedio, sólo después de la tortilla de maíz y la leche pasteurizada. Las compras en estos tiempos de confinamiento no son diferentes.

En datos de 2017 las cosas continúan de la misma manera. En información publicada en este diario (El Universal, 20/03/2017), se presenta a México como campeón en el consumo de refrescos (163 litros por años –consistencias aparte-), que significa 45 litros más que en Estados Unidos de América: en cucharadas de azúcar, es el equivalente a 9 cucharadas de azúcar diariamente. Pero como es un promedio, que oculta las disparidades, hay sujetos que endulzan completamente su vida, en tanto otros presentan tasas de consumo más moderadas.

Así, la historia lleva a una cadena de consumo de azúcar/fructuosa-aumento peso corporal-riesgo de padecer diabetes. En un estudio realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México, la diabetes tipo 2 está presente en más de 95% de los casos, siendo la principal causa de muerte en nuestro país. Con el Covid-19 asistimos a un maridaje completo. En una historia previa, la diabetes se encuentra entre las principales causas de discapacidad laboral, de ceguera, amputaciones e insuficiencia renal. Con el Covid-19 esta historia concluye con la muerte. Los sectores populares son más afectados por esta saga de enfermedades. ¿No hay responsabilidad de las empresas refresqueras en los problemas planteados, en que haya prevalencia de diabetes y obesidad en la población mexicana?

Lo exógeno quedó atrás. Las alusiones al virus democrático son insostenibles. El impacto a los grupos poblacionales pobres, concentrados físicamente, con problemas de malnutrición histórica, y que no pueden parar de trabajar, empezarán a ocupar un lugar cada vez más protagónico en la traza urbana, en la ciudad desigual.

Repensar la ciudad es una exigencia en la actual coyuntura. No se puede tratar igual a los desiguales. Las acciones en materia de salud tienen que ser diferenciadas; la cartografía urbana lo exige.

UAM-Xochimilco

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