En el Prólogo al texto “Docentes de a pie. Enseñar en la pandemia”, de Daliri Oropeza (2021), Pedro Hernández, dirigente magisterial de la Sección 9 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, apuntaba: “Una nueva educación, democrática, emancipadora y alternativa debe abrirse paso en medio de una crisis agravada por la pandemia del covid-19, nos negamos a regresar a la normalidad de un capitalismo devastador de la naturaleza, de relaciones de desigualdad y explotación”. La crisis educativa no es un problema nuevo, se agravó con la pandemia, así como las exigencias por pensar y modificar el modelo educativo y su relación con lo social, que tienen larga data, son tareas pendientes.

Remontémonos aproximadamente 50 años atrás, cuando el educador P. Freire, planteaba en su emblemático libro “La educación como práctica de la libertad”, que “La opción…está entre una ‘educación’ para la ‘domesticación’ alienada y una educación para la libertad. ‘Educación’ para el hombre objeto o educación para el hombre-sujeto”. No es un problema resuelto. ¿Qué tanto peso tiene el “diálogo” en los espacios educativos frente al “aula discursiva”, la actitud pasiva frente a la demanda por participar?; ¿cuál es su peso frente a programas que exigen mirar hacia atrás al mismo tiempo que reclaman tensar la situación del presente, retomando parte de la discusión a la que alude Freire, y que muchos años antes también expresara Ch. Dickens en su novela “Tiempos difíciles”?: “El orador, el maestro de escuela y la otra persona que se hallaba presente se hicieron atrás un poco y pasearon la mirada por el plano inclinado en el que se ofrecían en aquel instante, bien ordenados, los pequeños recipientes, las cabecitas que esperaban que se vertiese dentro de ellas el chorro de las realidades, para llenarlas hasta los mismos bordes” (Dickens dixit).

En el ensamble de testimonios que agrupa el trabajo de Oropeza, hay un conjunto de lazos articuladores: en la condición de la pandemia, lo poco que se gana de dinero tenía como destino comprar saldo para el celular –historias de pobreza cotidiana-, con apenas energía eléctrica, y los problemas de conectividad y de acceso a internet. Procesos de ruptura identitaria, reafirma un profesor, Pavel, “La mayoría somos indios desindianizados, hemos perdido nuestras costumbres. En mi familia y en el lugar de donde yo soy —por Chiapa de Corzo— se hablaba la lengua chiapaneca, ya extinta”-, así como las dificultades pedagógicas en escuelas multigrado, exacerbadas por el acceso o no a los medios de difusión y/o a la digitalidad y la transversal desigualdad.

Esto breve mapeo de problemas viene a cuento por una discusión que se realizó en la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco (UAMX) (Sesión 17.22 del consejo divisional de Ciencias Sociales y Humanidades), y que aún está tibia. En esta sesión se discutió sobre la propuesta de creación de un Plan de Estudios del Tronco Interdivisional (TID) -de adecuación, se planteará casi al comienzo de la sesión-, que entre sus virtudes pedagógicas (más allá de los cambios que se están discutiendo), se detiene en tres aspectos centrales: 1) “Una introducción al medio universitario y al Sistema Modular”; 2) “Una introducción a la metodología de investigación”; 3) “Una reflexión en torno al conocimiento, relacionado con los problemas sociales del país”. Esto se mantiene renovándolo, bajo el supuesto de que “cambia, todo cambia”. El TID recibe a todos los estudiantes, de todas las disciplinas presentes en la UAMX.

Me detengo en un punto de tensión, que ha sido sistemáticamente abordado, el que alude al problema de la sustentabilidad. Si a esto se agrega lo referente a las Epistemologías del Sur y el Diálogo de saberes, la escena se complejiza. Es un problema presente, mas ¿cómo abordarlo, con qué metodología (s), desde qué perspectiva, con qué recursos bibliográficos, lo que exige hacer la revisión epistemológica de la crítica de las fuentes? Es una discusión densa, porque implica de entrada un posicionamiento histórico, a la par de la necesidad de tomar distancia de argumentos reduccionistas y simplones que ven a la ciencia como un campo intocable de valores. ¡No, como señala Grada Kilomba (2015), “El mundo académico no es ni un espacio neutral ni simplemente un espacio de conocimiento y sabiduría, de ciencia y erudición, sino también un espacio de v-i-o-l-e-n-c-i-a”! Agreguemos a esto la lectura que propone V. Toledo (“Megacapitalismo: el libro que cambiará su vida para siempre”, La Jornada, 9 de agosto 2022): “hemos señalado que una nueva generación de científicos ha develado con estudios detallados las dos crisis supremas de la humanidad: la depredación de la naturaleza y la explotación del trabajo humano por una minoría de minorías”, apoyado en el libro de P. Phillips “Megacapitalistas: la élite que domina el dinero y el mundo” (2019), frente a, tomando con pinzas, fuentes como las que provienen del Banco Mundial, por ejemplo.

El problema eje alude a la necesidad de trabajar sobre sociedades incluyentes, equitativas, justas, sustentables, con el objeto de aplicar los cambios necesarios y adecuados para fortalecer el perfil de egreso, para fortalecer posteriormente el encuadre disciplinario (Esto, en el contexto de un capitalismo rapaz, dispuesto a todo, cómo pensarlo). Hasta aquí todo parece un campo cultivado sin mucha bronca, sobre todo cuando al final de la sesión, en la División de Ciencias Sociales y Humanidades, se aprueba de entrada el dictamen. Pero esto no pasó en las otras dos divisiones de la UAMX, al no aprobarse el dictamen. Algo presente en este escenario exige detenernos. La consejera Sandra A. Martí, citando a Grada Kilomba, alertaba sobre la importancia del Diálogo, el relieve de ejercitarlo, de escuchar: “Cuando ellos hablan, es científico; cuando nosotros hablamos, no es científico. Universal / específico; objetivo / subjetivo; neutral / personal; racional / emocional; imparcial / parcial; ellos tienen hechos, nosotros tenemos opiniones; ellos tienen conocimiento, nosotros tenemos experiencias. No se trata aquí de una “coexistencia pacífica de las palabras” (Jacques Derrida, Positions, University of Chicago Press, Chicago, 1981), sino más bien de una jerarquía violenta, que define quién puede hablar”.

Una cita extraordinaria -reproducida en extenso aquí-, para acudir a ella frente al logocentrismo, la arbitrariedad cultural y/o la cancelación de la palabra. El que se haya planteado por Martí no es un hecho casual, e involucra al conjunto, sin distinciones, de actores de la UAM (específicamente, ahora, los consejeros). Algo innegable es que el TID demanda cambios; también es innegable que no se encontró la ruta para aplicarlos. No sólo son bocas calladas a machetes y a balazos, recordando a Piero; en otra faceta de la dominación, destaca la capacidad ilegible del capital en generar silencios, censuras, introyección de narrativas ad hoc al capital, y descalificaciones. Es parte de las cosas a retomar, para cultivar diálogos.

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