Escucho a los padres de los 43. No están todos y al mismo tiempo están todos, todas, porque se encuentran fundidos en el empeño de encontrar a sus hijos. Eso es lo que les da fuerza y les permite sobrellevar un inmenso dolor. Hay una sensación colectiva en los que ahí estamos; un dolor terrible, en la panza, en el pecho. El pesar está presente en la sombra de mis ojos, pero nada que ver con las marcas en los rostros de los padres y las madres. Sus cuerpos hablan y sus palabras aluden a la silla vacía, al toquido de la puerta que alerta y entusiasma, a los cumpleaños y navidades que no llegaron. Clemente habló de un “corazón destrozado”. Pero realmente aludía al corazón de 43 familias: nadie se salva de eso. Una madre, con voz pausada, pidió “que no se apague la llama” de esos 43 muchachos. Los 43 estudiantes en camino a ser docentes viven en sus madres y padres, allí está la llama que ilumina nuestro lastimado país.

Hasta ahora sus rezos y gritos no han sido suficientes. Hay optimismo en el nuevo gobierno, pero no se deja de lado que hay instancias que siguen la lógica de enlazar paciencia y subordinación. La confianza se gana con hechos, alertan; pero la hasta ahora intocabilidad de las fuerzas armadas, el no seguir las pistas de celulares que siguieron funcionando después de esa oscura noche, la necesaria escrupulosidad de la investigación de los cuerpos policíacos que accionaron ese día, la pista de la posible conexión trasnacional de la droga, son tareas pendientes, en ese camino de pasar de la esperanza a la confianza. Como esta historia no acaba, resalta la pertinencia de construir un banco genético, que brinde seguridad a los que se acerquen a dejar su carga genética para rastrear a su gente. La historia argentina ha avanzado en este camino.

Los 43 pertenecen a una nueva generación de pies cansados, que han recorrido el país y el mundo visibilizando que México, este nuestro país en donde para algunos “la vida no vale nada”, es un país que destaca por su número de desaparecidos, de fosas clandestinas, de cuerpos mutilados. Su caravana perenne recorre el territorio mexicano, a la que se agregan otras miles de personas en busca de hijas e hijos, de la pareja, el amigo. ¿Qué palabras son las adecuadas para describir esta situación? Los padres de los 43 son enfáticos, piensan en cada bocado en sus hijos, es decir, mezclado con tristeza, angustia, ausencia. No es necesario incorporar más palabras.

25 de febrero, 2020. Estamos en el Foro al Aire Libre de la Cineteca Nacional un puñado de gente, abrigando, si esto es posible, a algunas madres y padres de esos chicos que tenían un sueño: ser maestros. La cita tiene el objeto de presentar el documental Abriendo Senderos de Justicia. Sentencia y Comisión de Ayotzinapa (Margarita Zires Roldán, profesora de la UAM, México, 2020, 37 minutos). El nombre me evoca la continuación del poema de A. Machado: “cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Y allí están trabajadores y estudiantes universitarios contribuyendo en abrir senderos para la justicia. A los muchachos les cortaron la esperanza. A las mujeres y los hombres que los criaron y sacaron quién sabe de dónde el poco dinero y la energía para mandarlos a la escuela, en cada segundo de estos largos cinco años con cuatro meses, les desordenaron la vida cotidiana. El motivo de reunión, el preámbulo de un mes más, de un 26 que se acumula en un almanaque de rabia (y de esperanza), en padres que no han muerto porque buscan a sus hijos, como una razón de vida. Abrazarlos es lo mínimo que debemos hacer. La gente de la UAM en este día hizo algo más: contribuir en abrir nuevos senderos de justicia. Ay Violeta, ahora sí que ¡”Caramba y samba la cosa, vivan los especialistas”!

Profesor-investigador de la UAM Xochimilco

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