En algún momento de Woody Allen: A Documentary (Robert B. Weide, 2011), el emblemático realizador neoyorquino muestra a la cámara un cajón donde guarda infinidad de papelitos. Resulta que cuando Allen tiene alguna idea para una película, la sintetiza en dos líneas, la escribe en un papelito y la guarda dentro dicho cajón. Así, cada que que es tiempo de filmar una nueva cinta, Allen abre el cajón y revisa los papelitos para decidir cuál será la siguiente película por filmar.

Durante décadas, el ritual del cajón de papelitos se ha repetido año tras año, a veces para entregar grandes películas (Deconstructing Harry, Matchpoint, Midnight in Paris, Blue Jasmine, Wonder Wheel), a veces para entregar obras menores (Mighty Aphrodite, Small Time Crooks, Scoop, Café Society), pero siempre regresando a lo que más ama, a lo que lo mantiene vivo: hacer cine.

La mala noticia es que cada vez se vuelve más difícil abrir ese cajón y es posible, de hecho, que Woody Allen no lo vuelva a revisar, al menos no para filmar una película.

Luego de un par de años de retraso causado tanto por la pandemia como por el renacido escándalo sobre las acusaciones que penden en su contra, llega finalmente a salas de México la nueva película de Woody Allen, Rifkin 's Festival (USA, España, Suecia, 2020).

Mort Rifkin (Wallace Shawn) es un profesor de cine ya retirado que está casado con Sue (Gina Gershon) una atractiva publirrelacionista que trabaja para un guapo, exitoso y muy pretencioso director de cine, Phillipe German (Louis Garrel). Mort decide acompañar a su esposa al festival de San Sebastián, donde Phillipe presentará su más reciente filme.

Rifkin se muestra entusiasmado por acudir a uno de los festivales de cine más importantes del planeta, pero la fascinación disminuye cuando poco a poco se da cuenta que Sue y Phillipe parecen tener cierto interés que va más allá de lo profesional.

Deprimido e hipocondríaco (adivinaron, Wallace Shawn es el Woody Allen de esta entrega), Mort acude con una cardióloga (Elena Anaya) para revisar cierto dolor en el pecho y en el brazo. Y no solo eso, sino que últimamente ha experimentado extraños sueños recurrentes, que no son sino un pretexto para que Allen haga homenaje a sus héroes cinematográficos: que si una escena que parodia al Ciudadano Kane de Welles, que si un homenaje al Ángel Exterminador de Buñuel, y hasta la recreación de una famosa escena de El Séptimo Sello de Ingmar Bergman.

Si bien no falta uno que otro chascarillo (“¿Quién si no un judío pensaría en demandar a Dios?”), con esta cinta Allen parece refugiarse en su propia cinefilia, como si quisiera acallar el ruido mediático del exterior.

Sin abandonar sus obsesiones (las relaciones imposibles y la duda existencial), Rifkin’s Festival resulta absolutamente derivativa: Mort no solo será testigo de como su mujer se obsesiona por el guapo director francés, sino que él mismo se muestra atraído por su guapísima cardióloga con quien empieza a salir (en plan de amigos), siempre preguntándose cómo es que una mujer tan guapa y con tan buena plática está casada con un idiota.

En todo caso, la duda más importante que plantea esta cinta no está dentro de ella: ¿será que este es el último papelito que Allen saque de su famoso cajón? El tiempo lo dirá, pero lo cierto es que una carrera tan sorprendente merecería un final mucho más alto que esta disfrutable, pero obra menor de Woody Allen.

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