Por Alejandro Alemán

Durante toda esta pandemia he escuchado una y otra vez el mismo anhelo: “¡Ahh!, extraño ir al cine”. Debo confesar que yo no lo extrañaba… tanto.

Vamos, ¿qué hay que extrañar de ir a una sala de cine?, ¿acaso extrañamos a la gente que habla, a los que no apagan el celular, a los que llegan tarde, a los que hacen ruido al comer, a los que llevan bebés?

¿Extrañamos las largas filas de las palomitas?, ¿extrañamos los baños olorosos y llenos de gente?, ¿extrañamos el costo del estacionamiento?, ¿extrañamos el tráfico para llegar a la sala, la fila para pagar el estacionamiento, el tráfico de regreso a la casa?

¿Extrañamos a los que patean la butaca, los que no le bajan el brillo a los celulares, a los que dejan sucio el asiento?

¿Extrañamos la imagen mal calibrada, la mala calidad de los proyectores, el audio que se cuela de otras salas?

Son muchas, muchísimas cosas que no extraño de una sala de cine.

Pero, debo confesar, que durante esta pandemia hubo dos veces que sí extrañé la sala de cine.

La primera fue cuando vi -por Apple TV+- la película Greyhound (Schneider, 2020), la más reciente cinta de Tom Hanks donde interpreta a un comandante de la marina que en la segunda Guerra Mundial debe llevar una flotilla desde Estados Unidos a Inglaterra, pasando por una peligrosa zona donde las comunicaciones se interrumpen y los submarinos alemanes acechan cual tiburones.

La cámara de Shelly Johnson nos lleva por una cacería marítima en medio de grandes olas que francamente se veía espectacular en la pantalla de mi televisión, lo cual sólo produjo en mí la nostalgia de ver esta cinta en una pantalla enorme con un buen sonido. En IMAX esto debió ser una de las mejores experiencias fílmicas de 2020.

La segunda vez que extrañé una sala de cine sucedió apenas la semana pasada, cuando vi las películas del Festival Internacional de Cine de Morelia en línea (gracias a la plataforma de Cinépolis Klic). La verdad es que no fue lo mismo.

Un festival es un ejercicio de resistencia. Es la gimnasia de los cinéfilos, el maratón de nosotros los gordos, las olimpiadas de los que no corremos ni un kilómetro aunque nos paguen.

En un Festival de Cine se dividen los verdaderos cinéfilos de los simples amateurs. Porque vamos, no cualquiera ve cinco, seis o siete películas en un solo día. Mi récord es de siete filmes, y todavía llegas al hotel a escribir y sí, después te vas a la fiesta porque también es parte de la experiencia hablar con los amigos sobre lo que viste y discutir al calor de unos tragos para luego estar fresco a la mañana siguiente y empezar desde las 8:00 a ver películas.

Eso es festivalear. Un deporte extremo no apto para cualquiera.

Pero todo eso sucede en el festival, sucede en el cine. Sucede en la carrera por buscar boletos, en los nervios de llegar a tiempo a la siguiente función. Sucede en el estrés de hacer tu calendario, de cuidar que nada se te empalme. Sucede en medio de la sorpresa cuando una película de la que no esperabas nada te sorprende y en la decepción de cuando una que prometía mucho resulta una basura.

Es una tarea de resistencia donde se necesita valor, pasión, estómago. Una semana donde tu único alimento son las palomitas y el maldito refresco (¡venga esa diabetes!).

Cuando estás en un festival el mundo no existe, el mundo se detiene, tu celular se apaga. Solo eres tú, la butaca y la pantalla de cine.

Pero todo eso se acabó.

Morelia esta vez fue un festival híbrido, las películas (no todas) se pudieron ver en línea. Y eso estuvo muy bien, sobre todo para aquellos que no podían ir año con año a Michoacán. Pero la experiencia, evidentemente, no es la misma.

Si estás en tu casa, en calzones, viendo siete películas al hilo, eso no es festivalear, eso es bing-watchear (o maratonear, como dice Netflix).

Y es aquí donde acepto que sí, extrañé mucho el festival. Extrañé mucho la carretera, extrañé las quesadillas que venden a lado del cine de Morelia Centro, extrañé ver las películas en el cine.

Extrañé la sala, y la gente alrededor, y la sensación colectiva de asombro cuando una película te sorprende.

Solo nos queda esperar. Esperar a que los contagios bajen, a que los contagiados se recuperen, que esta locura acabe. Esperar a que esta forma de festivalear haya sido la excepción y no la regla.

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