Cuenta la leyenda que cuando Bob Iger (hoy ex CEO de Disney) y Jon Favreau (director)mostraron al consejo de administración de Disney el primer episodio de The Mandalorian, el furor fue tal que no solo las acciones de Disney subieron de valor sino que el impulso de la empresa hacia su nueva apuesta -la plataforma Disney Plus- se reforzó.

Disney no tenía duda alguna: el futuro es el streaming. Con The Mandalorian, no solo el negocio de los juguetes explotó como hacía mucho no pasaba con Star Wars (la demanda sobrepasó a la oferta, los nerds tuvieron que esperar seis meses para comprar sus Baby Yoda) sino que además las metas de Disney Plus se cumplieron con creces y en tiempo récord.

La suerte estaba echada. La saga que cumplió 45 años de edad, aquella que forjó la cinefilia de muchas generaciones (me incluyo, por supuesto), se dio cuenta que el cine (entendido como una actividad colectiva que sucede en una sala frente a una enorme pantalla) ya no le funciona para seguir creciendo, ahora todos los esfuerzos están destinados a las series.

Bob Iger mismo declaró que fue un error estrenar tantas películas de Star Wars, que la saga merece darle tiempo. Y es que no solo llegaron a cines las secuelas sino también la fallidísima película de Han Solo, que todos (incluído el estudio) quisiéramos olvidar.

Esa intención de “darle tiempo” a Star Wars se fue a la borda con el éxito de The Mandalorian.El mismo “error” (Bob Iger dixit) se está cometiendo con las series. En la Star Wars Celebration de esta semana se confirmó la llegada a Disney Plus de Andor (la serie sobre el personaje de Diego Luna), Ahsoka (la serie sobre el personaje de Rosario Dawson), Skeleton Crew (no tengo idea de qué se trate).

Así pues, resulta triste y contradictorio que la saga que inspiró a muchos para adentrarse a ese “vasto mundo” que es el cine, justo decida darle la espalda al cine mismo para centrarse en la series.

A sus 45 años, la saga de Star Wars sigue viva, pero se siente como una vaca que la han dejado famélica de tanto ordeñar. El negocio de Star Wars podrá mantenerse intacto, pero la mística y la pasión que generó la cinta original hace 45 años, no parece que esté cercana a repetirse jamás.

Así debe ser.

Obi-Wan, la serie

Vistos los seis episodios de la nueva serie sobre el mítico Obi-Wan Kenobi, lo que sale a conclusión es que estamos ante lo peor y lo mejor de Star Wars.

Evidentemente Disney ya le halló el “modito” a The Mandalorian y busca replicarlo. Y está bien, el éxito de Mandalorian radicó (entre otras cosas) en entender que Star Wars no es algo que suceda “en el Senado”, no es “bloqueos comerciales”, ni personajes de CGI (si, el nefasto Jar Jar Bings).

Star Wars sucede en la cantina, en el límite de la ley, en lugares sucios donde se esconde la escoria y también los héroes perseguidos por el imperio. Es ahí donde sucede Kenobi, la serie. Pero, vienen de regreso las mismas malas ideas de las precuelas: escenarios limpios, referencias políticas, y la insistencia de mostrarnos la infancia de los personajes que hace 45 años nos hicieron soñar.

¿A quién carajo le importa como era Leia de niña? Bueno, eso es lo que veremos en Obi-Wan la serie, y es horrible saber que la princesa era una niña rica malcriada engreída que, si yo fuera Obi-Wan, ya le habría metido dos nalgadas para que se gobernara la niña respondona. Acepto que el cast de Vivien Lyra Blair como la pequeña princesa Leia es afortunado: la niña tiene todos los ademanes, el acento y hasta le da un aire a Carrie Fisher, pero ese guión, y ese personaje, no ayudan mucho.

Pero lo que más asombra de la serie es su pobre calidad técnica: un diseño de producción que se ve baratísimo, una fotografía deficiente, efectos especiales que parecen de hace diez años y un guión que nunca puede conciliar el hecho de que, por obvias razones, la sensación de peligro es difícil de alcanzar.

Y es que ellos se metieron en una trampa de la cual nunca pudieron escapar: la complejidad de elevar la apuesta y la sensación de peligro toda vez que sabemos que todos los personajes involucrados viven para contarla diez años más tarde en Star Wars: A New Hope (1977).

Lo más cercano a un episodio decente es el cinco, dado que es el único con una estructura interesante (el intercalado del flashback de Obi-Wan y Anakin entrenando) y el final si acaso logra algunas imágenes bellas (ese par de sables láser chocando en medio de un planeta inhóspito).

Pero fuera de ello no hay nada que salve a esta serie. Es un fracaso absoluto. ¿Cómo es posible que una película de presupuesto ínfimo (comparado con la actualidad), dirigida por un casi novato, actuada por debutantes y estrenada en 1977 sea mucho más emocionante, que esta serie realizada 45 años después?

A Disney le urge encontrar la respuesta, porque de ello depende el futuro de la franquicia.

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