Las secuelas, precuelas y demás derivaciones de la trilogía original de Star Wars (1977-1980-1983) son, primordialmente, un viaje de nostalgia. Es el retorno constante a nuestra infancia, a los lugares donde fuimos felices. Son el intento fatuo de revivir la primera vez con que vimos aquellas cintas, un autoengaño del cual en no menos de una ocasión salimos decepcionados.

Luego del desastre de las precuelas (todas dirigidas por un George Lucas al que nunca en la vida le ha gustado dirigir) y de las penosas y olvidables secuelas (intento fallido por llevar Star Wars a nuevas generaciones) no parecía haber futuro para las historias de la galaxia muy muy lejana. Y entonces llegó Rogue One.

De todo lo que Disney ha producido de Star Wars (la empresa compró los derechos de explotación de la franquicia en 2012) el primer trabajo realmente notable fue Rogue One (Edwards, 2016). Protagonizada por Diego Luna (primer latino en tener un papel protagónico en la saga), Rogue One contaba la historia de aquellos rebeldes que robaron los planos de la estrella de la muerte, historia a la cual se hacía referencia en la primera cinta de Star Wars en tan solo una línea del ya clásico texto flotante al inicio de las películas: “Espías rebeldes lograron robar los planes secretos para el arma definitiva del imperio: la Estrella de la Muerte”.

Rogue One demostró que era posible contar una historia de Star Wars sin recurrir a los elementos que se pensaba definían la saga. Esta es una película de la Guerra de las Galaxias donde no hay Jedi’s, no hay sith’s, no hay sables láser. Y no obstante, Rogue One es -luego de la trilogía original- la película que mejor capturó la esencia de Star Wars: historias que suceden al borde, en lugares peligrosos y con parias como protagonistas.

Pero el éxito (al menos en crítica) de Rogue One no impidió que Disney tomara la decisión de parar por tiempo indefinido toda incursión de la saga en formato cine. La idea era enfocarse a plenitud en la creación de series para la entonces naciente plataforma de streaming Disney Plus.

Así llega The Mandalorian (2019 - ). La leyenda cuenta que cuando el CEO de Disney, Bob Iger, mostró el adelanto de la serie a los inversionistas de Disney, el entusiasmo fue tal que las acciones de la empresa subieron. En tiempo récord, Disney Plus alcanzó niveles competitivos con el rey del streaming, Netflix. Todo gracias a Baby Yoda.

Sin duda, The Mandalorian es un viaje de nostalgia, pero bien hecho. Jon Favreau y Dave Filoni regresan a las verdaderas raíces de Star Wars, que no son otras que el western y el cine de Akira Kurosawa. De todos los viajes de nostalgia a los que nos había sometido la saga, este es el primero que resulta particularmente efectivo por todos lados: no solo agradó a la crítica, no solo volvió locos a los fans, sino que llenó de dinero a la empresa a base de un solo personaje, Baby Yoda, cuya existencia provocó una venta de juguetes tal que no se veía desde los inicios de la saga.

Todo este contexto tiene como objetivo entender por qué Andor es una anomalía dentro del universo Star Wars. Si algo había demostrado Kathleen Kennedy (presidenta de Lucasfilm y responsable de todo lo que tenga que ver con Star Wars) es una aversión absoluta a cualquier idea que se saliera del standard de la saga creada por George Lucas.

Desastres como Solo: A Star Wars Story (2018) y Episode IX (2019) fueron consecuencia directa de esta política (casi totalitarista) donde no se permitía disidencia alguna ni visos de pulso autoral, al grado que Kennedy terminó corriendo a Colin Trevorrow y a la dupla de Phil Lord y Chris Miller por “diferencias creativas”, es decir, por tratar de hacer cambios a una saga que seguía por la misma línea de la nostalgia, la evocación al pasado y los estereotipos tan gastados del bien y el mal.

Por esto es que Andor resulta una serie tan extraña dentro del contexto de Star Wars. Por primera vez en la historia de los productos derivados de la saga, tenemos uno que no es un ejercicio de nostalgia. Estamos frente a una historia de Star Wars donde no solo no hay Jedi's ni espadas láser, aquí claramente la intención no es vender juguetes sino sembrar ideas.

En Andor no existe el concepto maniqueo del “bien y el mal”, como si fueran dos lados de la moneda, como la luz y la sombra, como “el lado oscuro” y el “lado luminoso”. En esta serie, protagonizada por Diego Luna, el bien y el mal son difusos. El Imperio (una constante del universo Star Wars) se dibuja en su justa dimensión: un régimen militarista totalitario que ejerce ferreo control sobre la población y que no duda en usar métodos de tortura, confinamiento y casi esclavitud para expandir su poder.

En Andor, es mal no es simplemente un monstruo como Darth Vader o los Siths, sino un régimen político, un gobierno autócrata donde un emperador (al que nunca se ve en la serie) ejerce el poder desde algún lugar alejado. Andor sucede a nivel de calle, entre la población que nunca más podrá vivir en paz, así se trate del pueblito más rascuache de la galaxia. La militarización lo permea todo.

Por primera vez en un producto de Star Wars, el miedo al imperio y su poder es latente. Por primera vez vemos como estos individuos torturan, matan y violan todo tipo de derechos solo para conservar y aumentar su poder. Y si, es inevitable pensar en las dictaduras y los gobiernos “populares” de “izquierda” en latinoamérica. Si bien la política nunca fue ajena en el universo de Star Wars, es la primera vez que esta toma un lugar primordial y que no se destila pensando en esto como “un producto para los niños”.

Andor (Diego Luna) es un ladrón que roba piezas de maquinaria muy cara al Imperio para luego venderlas. Un misterioso personaje llamado Luthen (extraordinario Stellan Skarsgård) lo recluta para una misión suicida: robar de las arcas del imperiales el equivalente a la nómina de tres meses.

A regañadientes, Andor acepta, y aunque todo esto es parte de una incipiente rebelión, a él no podría interesarle menos. Él está ahí por el dinero.

La serie inicia previsiblemente como una heist movie, donde el descontento hacia el régimen poco a poco se va mostrando. Como muchas revoluciones en la historia de la humanidad, ésta no es solo una disidencia popular, senadores como Mon Mothma (Genevieve O'Reilly) y el propio Luther (miembros ambos de cierta oligarquía) son de los principales incitadores de esta rebelión.

Tony Gilroy es el showrunner y director de los primeros tres episodios, mismos que se recomienda fuertemente ver en una sola sesión. Y es que Andor está pensando como una serie de largo aliento, que se asemeja más a una película larga que a una historia fragmentada para mantener tu atención.

Gilroy inyecta en Andor mucho de su experiencia autoral en sagas como Bourne, películas como Michael Clayton y series como House of Cards (donde fungió como productor). Así, la primera parte de Andor es un thriller sobre cómo surge un movimiento opositor apenas incipiente y como uno de sus mejores hombres (tal y como lo vimos en Rogue One ) es reclutado sin tener en realidad mucha idea sobre revoluciones y rebelión.

A medio camino, la serie se vuelve a transformar, para ahora convertirse en una película de escape de prisión en la tradición de Escape from Alcatraz (Siegel, 1979) pero con un homenaje constante a THX 1138 (Lucas, 1971), la primera cinta de Lucas, seminal del mito de Star Wars.

Una de las ideas que siembra esta serie es que las sociedades dormidas son el caldo de cultivo de los totalitarismos. Quedarse dormido, voltear para otro lado, pretender que no pasa nada allá afuera, es volverse cómplice del estado opresor.

Andor cambia la perspectiva de la saga completa.El imperio deja de ser un grupo de gente malvada vestida de negro, su condición de estado opresor (fuertemente influenciado por la estética nazi desde la primera película de la saga) se muestra como nunca antes la habíamos visto.

El gran mérito de Andor al final es ese: nos hace ver la saga original con otros ojos.Por primera vez nos queda clara la necesidad de rebelarnos frente a estos señores de negro, que presumen gran presencia y grandes números, que dicen apoyar la paz, el bienestar y el progreso de la galaxia pero que en el fondo no son más que tiranos, corruptos y asesinos. “La gente debe saber” reza casi al final esta serie.

La próxima vez que veamos a Leia guardar los planos de la Estrella de la Muerte en las entrañas de R2D2, la escena tendrá una carga emocional más profunda que incluso la primera vez. Ahora sabemos la importancia de los rebeldes y la rebeldía misma: con los tiranos no se negocia, a los tiranos se les combate, sean reales o de ciencia ficción.

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