Solamente hay un espacio cálido y lleno de luz en la cárcel para mujeres en Tepepan. Y es en donde antier se develó la placa “Biblioteca Fundación Elena Poniatowska Amor” con la donación de mil 526 libros destinados a las internas.

En el Centro Femenil de Reinserción Social de la Ciudad de México viven 148 mujeres vestidas de azul marino. Llegué a ellas por invitación de Felipe Haro, director de la Fundación EP, con la idea de animarlas a la lectura. Frente a un grupo atentísimo, recordé en voz alta a mi padre. Él dedicaba todas las tardes a leer un libro tras otro y así convertía su mecedora en una nave con la que viajaba por el mundo sin moverse de su cuarto. Y a mi madre, que me regaló a los siete años mi primer libro, Los Titanes de la Literatura Infantil, una antología con relatos de Las mil y una noches y cuentos de los hermanos Grimm, Perrault, Andersen, Wilde… quienes me ayudaron a convertir la banqueta, en donde me sentaba a leer mientras esperaba el camión escolar, en una alfombra mágica capaz de transportarme cada mañana a las tierras más lejanas para vivir las aventuras más increíbles. Esto para decirles que “en las bibliotecas y los libros viven nuestros mejores amigos”, como un día me aseguró Emilio Carballido, porque con los autores y sus personajes siempre estaremos acompañados y nunca nos sentiremos solos.

Comenté con ellas que quizá la literatura no puede cambiar al mundo, pero sí puede transformarnos por unas horas al encender nuestra imaginación, esa poderosa herramienta humana que tira muros y abre rejas que todos llevamos dentro, para pensar que la realidad podría ser diferente. Recordé algunas historias de gente a la que un libro le cambió la vida. Como Moussa Ag Assarid, un tuareg nómada del desierto de Mali que cuando niño recogió el ejemplar que una periodista francesa dejó caer de su bolso sobre la arena. Al intentar dárselo, ella se lo obsequió. Era El Principito. Fascinado por los dibujos, pidió a su familia enviarlo a la escuela para poder leer el cuento; consiguió una beca en París, años después volvió a su comunidad y fundó la Escuela del Desierto junto con una gran biblioteca porque “los libros transforman el desierto que cada uno lleva dentro”. Más cerca de nosotros vivía don Lucio, un anciano ciego que conocí en los años 70 en la sierra de Guerrero. Cada tarde, al ponerse el sol, los niños de la comunidad de El Refugio se sentaban alrededor de su hamaca para escucharlo. Se sabía de memoria Las mil y una noches. Al nombrarla, de pronto sentimos la presencia de Scherezada en la nueva biblioteca para advertirnos del poder del suspenso y los relatos que a ella le salvaron la vida.

Evocamos a Ana Frank en Ámsterdam y a Zlata Filipovic en Sarajevo, cuyos diarios, escritos en cautiverio desde sus escondites durante la persecución a los judíos por parte de los nazis y durante la violenta guerra de los Balcanes, respectivamente, le dejaron a la humanidad, no fechas y datos, sino el alma de la historia, el testimonio de cómo se viven la niñez y la adolescencia en medio de conflictos armados y una prueba más de que la lectura activa las neuronas espejo, las que generan la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de otro. De manera que puedes vivir muchas vidas mientras lees.

Abrir una biblioteca también es una invitación a expresarse por escrito, a convertir a la palabra en micrófono de los sentimientos, a compartir nuestras historias que son irrepetibles, a imaginar y soñar lo que nos plazca… Porque leer y escribir son actos de libertad.

La Fundación EP, que ya en julio donó mil 600 libros al Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla y planea múltiples proyectos así, que continúa sus talleres y actividades siempre en espera de apoyos prometidos, lo que hace en el fondo, por este país sumido en la violencia, es darle forma al proverbio: “Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”.

adriana.neneka@gmail.com

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