Apenas cursaban la primaria cuando la niña dijo que deseaba tener los ojos azules. Y 20 años después, su compañera Toni Morrison seguía preguntándose cómo se aprende eso. ¿Quién se lo dijo? ¿Quién le hizo sentir que era mejor ser una freak que ser ella misma? Implícito en su deseo había un autodesprecio racial. Y ella tenía que hacer algo contra la dañina internalización de supuestos en torno a una inferioridad inmutable originada en la mirada externa. Pensó que la belleza no es sólo algo para mirar, sino algo posible de hacerse. Entonces escribió Ojos azules, la primera de sus 11 novelas, publicada en 1970.

El libro resulta estrujante. Por la crudeza y la poesía que vibran en sus páginas, porque no se trata de enaltecer la negritud, sino de exponer, con la cadencia de la tradición oral, la vida de las niñas negras y pobres en Estados Unidos. Porque Morrison buscaba una “prosa libre de jerarquía racial, sin triunfalismos”. En el epílogo explica: “Me enfoqué en cómo algo tan grotesco como la demonización de toda una raza puede hacer raíces dentro del miembro más delicado de la sociedad: la niñez; el miembro más vulnerable: una niña. Al tratar de dramatizar la devastación que puede causar hasta el más casual desprecio racial, elegí una situación única, no una representativa…”. En la novela, la protagonista es Pecola, quiere ojos azules y sufre una violación de su propio padre.

Toni Morrison se acerca al lector para contarle sus motivos, los retos de la escritura y el origen de la novela en turno. En el prefacio de Beloved (1987), comparte el dilema de ser editora, autora, profesora universitaria y madre (sola) de dos hijos. Describe el momento en que opta por dedicarse a escribir. Cuenta que estaba frente a un río y que pudo escuchar su corazón que se le salía del pecho; entonces entró a su casa para examinar su aprehensión, su pánico. Supo lo que era el miedo. Hasta que la golpeó una revelación: estaba feliz, libre como nunca. No era el éxtasis ni la satisfacción ni el exceso, el placer o el compromiso. Era el puro deleite, una anticipación con certeza. Dice que fue el shock de la liberación lo que la llevó a pensar lo que “libre” significa para una mujer negra en su país. En el debate estaban: igualdad en el salario, en el trato, en el acceso a la profesión, a las escuelas… y a elegir sin estigmas. Casarte o no. Tener hijos o no (…), la lógica de “la esclavitud institucionalizada”. Entonces recordó The Black Book, un libro que coordinó para Random House, donde trabajó como editora 19 años. Incluía un recorte de prensa con la historia de Margaret Garner, una joven mujer que recién había escapado de la esclavitud, cuando la arrestaron por quitarle la vida a su pequeña hija antes de que la devolvieran al dueño del campo de plantación. Así nació Beloved, con el tema de la libertad, la responsabilidad y la mujer.

“Quería secuestrar al lector, arrojarlo sin piedad en un ambiente ajeno como primer paso para compartir la experiencia con la población que habita en el libro, igual que los personajes, arrastrados de un lugar al otro, sin preparación ni posibilidad alguna de defenderse”. Las palabras, dijo alguna vez, conspiran. Pero se preguntaba si, historias como la de Pecola llevarían a los lectores a pasar de la comodidad de sentir “lástima”, a cuestionarse a sí mismos.

Premio Pulitzer (1988) y Nobel de Literatura (1993) Toni Morrison murió el pasado 5 de agosto a los 88 años. Sus novelas (Sula, La canción de Salomón, Jazz, Paraíso…), dice John Leonard, son literatura, pero también “historia, sociología, folclor, pesadilla y música”. Como editora estimuló a toda una generación de escritores negros en Estados Unidos.

La escritora, que centró su obra en el color de la piel, falleció dos días después de la matanza en El Paso, Texas, donde murieron 22 personas bajo el fuego de un arma en manos de un joven racista que decidió ir a matar mexicanos. Toni Morrison tenía razón: las palabras conspiran.

adriana.neneka@gmail.com

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