El miércoles pasado, cuando supe que Miguel León-Portilla acababa de morir, pensé en las mil y un maneras en que el historiador se queda entre nosotros. Con su obra inconmensurable, su poesía en la mirada, la filosofía que nos transmite en cada palabra, sus libros que nos traen el pensamiento milenario de nuestros orígenes y la riqueza de una vida plena llena de alegría. Pensé también que gente como él vivirá siempre mientras descansa en paz. Luego me di cuenta de que, además, este mexicano universal se despidió con erotismo.
Y es que su más reciente libro publicado (hay por lo menos tres en camino) es, precisamente, Erótica Náhuatl (Artes de México y El Colegio Nacional). Con su habitual tono, tan didáctico como divertido, don Miguel lanza el reto: “A quienes afirman que ni hubo ni pudo haber erotismo en el alma y cuerpo de indios mesoamericanos, respuesta son los ejemplos aquí reunidos”. En la bellísima edición, que recibió el Premio García Cubas 2019 a la excelencia editorial en la categoría de libros de arte, habita una antología de poemas o cantos eróticos traducidos por él del náhuatl original y 26 grabados de Joel Rendón. León- Portilla va más allá y nos presenta el contexto de cada uno, nos habla de los “forjadores de cantos”, les da voz a las mujeres y con esa gracia tan suya para regalarnos sabiduría de manera placentera hace dialogar a los nahuas con los griegos.
“El juguetón Eros estaba muy lejos pero seguramente que, en opinión de los griegos, doquier que se encendían las pasiones del amor y del sexo se percibía la acción de ese dios”, escribe en su presentación. Y en el cierre afirma: “Es ésta la versión netamente mesoamericana de esa pasión universal que ha movido durante milenios a los seres humanos y habrá de seguir excitándolos durante todo el tiempo que dure la existencia de hombres y mujeres sobre la tierra. Es, como dice uno de los textos, la pasión que inflama el deseo, la atracción por el gozo carnal”. Más adelante: “En muchos lugares de la tierra, las creencias han tratado de poner barreras a todo lo erótico, pero éste tiene la fuerza de un torrente que todo lo penetra y todo lo vence”.
En La historia del Tohuenyo se cuenta a manera de canto cómo una bella princesa tolteca enferma de ardor y deseo luego de mirar el falo de un hechicero y lo que a partir de ahí acontece: “(…) le ha metido el fuego, le ha metido el ansia, con eso es que comenzó…”.
El canto de las mujeres de Chalco, cuyo autor es Aquiauhtzin de Ayapanco, maestro de la palabra y vecino de Amecameca, se compuso para que lo escuchara el tlatoani Axayácatl en Tenochtitlán y fuera benevolente con los chalcas, vencidos de la guerra. El poema no sólo cautivó al gobernante, sino que lo hizo bailar y enardeció su corazón. Con flor y canto, asedio erótico, seducción del alma y reto, la voz femenina hace cautivo al gobernante con más fuerza que la misma guerra:
“Hazlo en mi vasito caliente/ consigue luego que mucho de veras se encienda. / Ven a unirte, ven a unirte:/ es mi alegría. Dame ya el pequeñín, déjalo ya colocarse (…) / Revuélveme como masa de maíz, / tú, Señor, pequeño Axayácatl (…) ¿Acaso no eres un águila, un ocelote? (…)”
Sigue el Canto de tórtolas, que es un diálogo entre “dos mujeres alegres o alegradoras que se querellan de sus experiencias amorosas” y luego aquél acerca de Nezahualcóyotl y las dos ancianas libidinosas; después, un texto del autor sobre Afrodita y Tlazoltéotl quien, según los códices, es una diosa: “La que provoca, enciende, alivia y baña las obras de la carne”. Se lee por ahí: “(…) Hasta que sangre lo harás, tú, mi hermanito/ tu me harás llorar, tú, mi hermanito,/ niño del deseo,/ penetra ya, reposa en mí,/ te daré placer,/ abandónate a ti mismo,/ hermanito mío, niño del deseo.”
León-Portilla quería que este libro fuera “motivo de gozo, regocijo y aún placer”. Sin duda lo logra mientras descansa “agotado de tanta alegría”.
adriana.neneka@gmail.com