De sorpresa en sorpresa. Estos días: las cartas y mensajes de Andrés Manuel López Obrador al Papa Francisco, al presidente de Italia, al gobierno austriaco y al francés. No fue la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Antropología e Historia o la Cancillería, sino el Presidente de México quien informó en un tuit: “Beatriz está visitando en mi representación a gobernantes y jefes de Estado de Europa para conseguir códices, piezas y objetos arqueológicos e históricos de México que serán exhibidos el próximo año con motivo del Bicentenario de nuestra Independencia”.

El verbo “conseguir” resulta una osadía si consideramos el valor de las piezas y los códices que el Presidente pide como “préstamo” por un año. Otro tuit: “Le recomendé que insistiera en el penacho de Moctezuma, aunque se trata de una misión casi imposible dado que se lo han apropiado por completo (…)”. Y ayer, como en 2012, Austria dijo que no y atribuyó a la fragilidad de la pieza su negativa a moverlo del Museo Etnográfico de Viena.

¿Y los códices? La belleza de los manuscritos, la información que contienen, la huella de la mano de los tlacuilos, el conocimiento del tiempo y la magia… Beatriz Gutiérrez Müller lo sabe y a nombre de su esposo pidió, ni más ni menos, que tres de los cinco códices prehispánicos del Grupo Borgia, llamado así por sus semejanzas iconográficas (estilo Mixteco-Puebla. Postclásico tardío 1250-1521 d.C) y una temática religiosa adivinatoria en común. Para la experta Ángeles Ojeda, los códices de este grupo “presentan una de las más hermosas concepciones que, en la reflexión en torno a sus dioses o a su cultura, haya dejado plasmada civilización antigua alguna. Una escritura tan bella sólo pudo realizarla un pueblo de artistas.”

Destaca el Códice Borgia. Como casi todos los manuscritos prehispánicos que cruzaron el océano hacia Europa desde el siglo XVI, éste sobrevivió a una travesía insólita. No se sabe con exactitud cómo llegó a Italia, pero lo guardaba en su palacio de Roma la familia Giustiniani. Un día, quienes cuidaban a los niños les dieron el libro para entretenerlos y como los pequeños vieron “monstruos” en los dibujos arrojaron a la hoguera el documento integrado por 14 tiras de piel de venado recubiertas de un fino estuco y dobladas en forma de biombo. Lo rescató el cardenal Stefano Borgia quien, al morir en 1804, lo heredó a la Biblioteca Apostólica Vaticana. En 1810, Humboldt dijo que se trataba “del más grandioso y notable códice” que jamás había visto. De contenido ritual, cosmogónico y religioso, el Códice Vaticano Lat.3773 también forma parte de la lista que se le pide al Papa. Y al presidente italiano, Sergio Matarella, el Códice Cospi que resguarda la Biblioteca Universitaria de Bolonia. Lo tenía el conde Valerio Zani hasta que se lo donó en 1665 al marqués Ferdinando Cospi, pariente de los Medici y creador del famoso Museo Cospiano, cuyo acervo pasó a formar parte de la universidad en 1803.

El Presidente pide mucho más. Pero por ley, todo monumento histórico es propiedad de la nación y no puede exportarse, es decir, ya dentro del país no podría salir. Cabe recordar el caso del Códice Tonalamatl-Aubin que, sustraído de la Biblioteca Nacional de París por un mexicano en 1982, sigue aquí en manos del INAH en calidad de “préstamo renovable” de común acuerdo con Francia desde 1991, porque “devolverlo” iría contra la ley federal de 1972. ¿Alguien los asesora?, ¿o hay plan B?

adriana.neneka@gmail.com

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