Los mexicanos, me dijo un día Miguel León-Portilla, “somos muy maniqueos, le achacamos la mitad de nuestros males a España y la otra mitad a los gringos”. Y así “nos quedamos muy tranquilos”.

En otoño de 1999, cuando el autor de Visión de los vencidos estaba por recibir la presea “Sentimientos de la Nación”, me dio una entrevista que giró en torno a temas que, a unos meses de la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlán en 1521, adquieren especial vigencia. Su propuesta: más conciencia histórica y menos resentimiento.

El historiador que impulsó la poesía indígena y tradujo a Nezahualcóyotl para que la flor y el canto de las lenguas originarias brillaran en la literatura y la filosofía universal, enfatizaba en la importancia de la educación escolar: “Hace 50 años la identidad española en la conciencia de un niño mexicano era desastrosa, que si terribles destructores, que si la Inquisición… a lo mucho era eso lo que se les inculcaba.

Y para los españoles nosotros éramos descendientes de indios salvajes, antropófagos, autores de sacrificios humanos en rebelión perpetua. ¿Qué entendimiento puede haber si partimos de esas teorías? No propongo hacer una Historia aséptica, pero sí una Historia más amplia. Y los libros de texto, los intelectuales, los historiadores y los artistas son fundamentales”.

Leo sobre los nuevos libros de texto de la SEP, escucho el tono de “Las Mañaneras” hacia “lo extranjero” y la insistencia en que España pida perdón y recuerdo a León-Portilla: “Sin España no nos entendemos, ni ellos se entenderían sin nosotros. Lo mismo pasa con Estados Unidos. Nosotros somos doblemente ricos. Por un lado, tenemos la cultura mesoamericana y, por el otro, somos herederos de una versión del mundo mediterráneo a través de España; de ahí nos viene la herencia de Roma, de Grecia, del cristianismo y el judaísmo, hasta de Egipto… O sea, tenemos magnífica cepa. Mucho más que los norteamericanos que son un trasplante, que hicieron totalmente a un lado su raíz, a los indígenas”.

Dejemos de ser maniqueos, insistía: “Ni Lucas Alamán era un canalla, ni lo era Maximiliano, este era un liberal iluso bien intencionado, incluso se dejó manipular por Napoleón III y en ese sentido fue trágica su aventura, pero no se le puede execrar así nada más. Achacarle todos los males a Porfirio Díaz es otro maniqueísmo”.

Finalizaba el siglo XX y León-Portilla advertía que, si bien la identidad y el patrimonio cultural pueden convertirse en baluartes, es necesario concebirlos “con una gran apertura mental, hacia dentro y hacia afuera, porque México tiende a cerrarse en sí mismo, a veces por temor a intervenciones extranjeras y ahora con la globalización. Para resistir, hay que conocer al otro”. Y abrirse, “porque la cerrazón nos convierte en una especie de quiste cuyo caparazón se rompe fácilmente ante una fuerza externa. La oruga, en cambio, se abre para poder volar y convertirse en mariposa”.

Su convicción: “México es un país muy rico en patrimonio y diversidad cultural, en biodiversidad, es decir, tenemos la materia prima. Mire la cantidad de especies endémicas que viven en nuestro país, todas las creaciones del mundo prehispánico, la cantidad de lenguas, las obras coloniales y las de nuestros siglos posteriores. Vea a nuestros científicos, investigadores… y a nuestros artistas. Ahí está la esperanza”.

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